OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (728)

Bautismo y tentaciones de Jesucristo

Siglo XI

Evangeliario

Reichenau, Alemania

 

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 37 (38)

Introducción 

La palabra del Señor es cual una flecha que se clava y traspasa nuestro corazón, y nos corrige cuando pecamos (§ 2.1). 

Por nuestra parte, cada uno de nosotros debemos recibir esas flechas y arrepentirnos sinceramente de nuestras faltas, de modo que se apacigüe la cólera del Señor (§ 2.2). 

Es lamentable la situación de quienes , incluso teniendo conciencia de sus pecados, no permiten que las flechas de la palabra de Dios traspasen sus corazones (§ 2.3).

El Señor, por medio de sus pedagogos, nos azota, y afirma su mano sobre cada uno de nosotros para enmendar nuestra conducta (§ 2.4).

Cuando estamos obligados a corregir a nuestros prójimos, nunca debemos olvidar qué tremendo es sentir la mano del Señor sobre nosotros mismos. Tenemos que ser conscientes de nuestra extrema debilidad (§ 2.5).

Orígenes señala que es necesario, en nuestra vida cristiana, no dejar espacio a la cólera de Dios. Es decir, apartarnos de aquellas faltas que provocan la ira de Dios (§ 2.6).

Texto 

La flecha de la palabra del Señor

2.1. Pero el que dice esto[1] debe mostrar por qué motivo no quiere ser reprendido con furor o corregido con ira (cf. Sal 37 [38],2). Y veamos cuál sea este motivo, para que también nosotros, si pecamos, diciendo este motivo y haciendo esto que se nos enseña, no incurramos en la venganza del Señor que reprende con furor y corrige con ira. “Pues, dice (el salmista), tus flechas se me han clavado y has afirmado tu mano sobre mí” (Sal 37 [38],3). La palabra del Señor es semejante a las flechas. Y por eso el Salvador también dice: “Me puso como una flecha elegida y me escondió en su carcaj” (Is 49,2). Por tanto, quien dice una palabra del Señor, lanza flechas. Y cuando habla para corregir y castigar, traspasa el corazón del oyente con la flecha de la corrección.

“Tus flechas se me han clavado”

2.2. Po consiguiente, si alguien recibe las palabras del Señor de modo que su corazón sea traspasado por esas palabras que escucha y, por el estímulo de las cosas que se le han dicho, se mueve hacia la penitencia, es cierto que en él la flecha de la palabra de Dios no partió en vano, ni voló por encima de él, sino que en él mismo se han clavado todas aquellas flechas de las palabras de Dios. Y en consecuencia también dice en algún lugar: “¿Has visto cómo ha sido traspasado[2] Achab?” (1 R 21,29). Por lo tanto, con razón ahora dice el profeta: “Señor en tu furor no me reprendas ni me corrijas con ira” (Sal 37 [38],2). Pues es una causa digna la que se sigue: que este hecho debe atemperar la corrección del furor del Señor, “porque tus flechas se han clavado en mí” (Sal 37 [38],3).

“Señor, no me corrijas con ira”

2.3. Por ejemplo, también ahora, si de toda esta multitud que me escucha hay algunos que tienen conciencia de estar en algún pecado, y quiera Dios que no haya ninguno; sin embargo, es necesario que haya algunos que están conscientes, si estos, oídas las cosas que decimos, las escuchan recta y fielmente, y el corazón de ellos es traspasado por las flechas de nuestras palabras, y traspasados por tales flechas se duelen y se convierten hacia la penitencia, digan: “Señor, en tu furor no me reprendas y no me corrijas con ira, porque tus flechas se me han clavado” (Sal 37 [38],2-3). Pero si oyendo esto no son traspasados, sino que, como en un cuerpo ya muerto, así en su alma ninguna flecha (hay), no se encuentra ningún sentimiento de dolor, ni recibe ningún recuerdo de sus pecados, ciertamente éste es reprendido con los aguijones del furor del Señor y acusado con las correcciones de su ira. No puede, en efecto, decir al Señor: “Porque tus flechas se me han clavado” (Sal 37 [38],3).

El Señor afirma su mano sobre nosotros

2.4. Ojalá todos aquellos que nos escuchan, traspasados y aguijoneados por lo que se dice, y convertidos hacia la penitencia, digan al maestro[3]: “Porque tus flechas se han clavado en mí” (Sal 37 [38],3), y mientras nos castigas con la palabra de Dios, mientras nos azotas, mientras nos golpeas en el interior de nuestra conciencia: “Has afirmado sobre mí tu mano” (Sal 37 [38],3). Porque el pedagogo afirma su mano sobre los niños mientras los azota y los enmienda; y afirma su mano cuando los azotes son infligidos no negligente o levemente. Así, en efecto, alguien puede decir al Señor, cuando envía sus flechas, cualesquiera sean a los que quiere enviar las fechas de sus palabras: “Pues has afirmado tu mano sobre mí” (Sal 37 [38],3).

La tremenda cólera de Dios

2.5. Cuando, en efecto, la mano del Señor está presente en quien lanza las fechas de las palabras y clava las saetas en el alma de los oyentes, también con razón (el salmista) le dice al Señor: “Afirmaste tu mano sobre mí; no hay parte ilesa en mi carne ante tu ira” (Sal 37 [38],3-4). Por eso, en consecuencia, te ruego que no me hagas experimentar la fuerza misma de tu cólera, pues experimentado solo un indicio y viendo de algún modo tu rostro, que se delinea únicamente a través de las palabras de la divina Escritura, ya me duele todo mi cuerpo y estoy turbado: “No hay parte ilesa en mi carne, ni hay paz en mis huesos” (Sal 37 [38],4), y solamente porque me ha parecido sentir o ver el rostro de tu cólera a través de las Escrituras, pero no tu ira misma. Y si por este solo hecho sufro tales cosas, por eso te pido que no deba padecer tu ira misma.

“El rostro de la ira de Dios”

2.6. Mira, por tanto, si no se dice esto manifiestamente en las palabras: “Has afirmado tu mano sobre mí; no hay parte ilesa en mi carne ante el rostro de tu ira” (Sal 37 [38],3-4). Podría decir: “Ante tu ira”, pero aquí afirma: “Ante el rostro de tu ira”. Porque si hubiera dicho: “Ante tu ira”, sin duda sería superfluo, pues dijo más arriba: “No me castigues con tu cólera”. En cambio, ahora dice: “No hay parte ilesa en mi carne ante el rostro de tu ira[4]” (Sal 37 [38],3-4). Puesto que sin duda el solo rostro de tu cólera, es decir, la consideración de tu misma indignación, me aterra y me devuelve al punto de que, para tu cólera, ya no debe haber lugar en mí.



[1] Las palabras con que se cerraba el capítulo primero.

[2] El texto latino dice: compunctus, participio de compungo: picar, aguijonear.

[3] Lit: doctor (doctorem).

[4] “El rostro de la ira de Dios” es un semitismo para decir: ante la cólera de Dios, Pero Orígenes no lo comprende así (SCh 411, p. 278, nota 1).