OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (700)
Cristo en majestad
Hacia 1100
Silos, España
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 36 (37)
Introducción
Ante el éxito en la vida presente de muchos hombres y mujeres injustos, tema que se repite con cierta frecuencia el Salterio, Orígenes parte diciendo que se trata de un planteo que suele penetrar con facilidad en quienes tienen una fe poco profunda, y quedan como encandilados ante la buena vida que llevan quienes obran injustamente (§ 2.1).
En la parte final del párrafo segundo, Orígenes argumenta, partiendo de la perspectiva bíblica de los dos eones, el tiempo presente y el futuro, conforme a un esquema que aparece con frecuencia en su obra, sobre todo en el contexto homilético, donde tiende a limitar el argumento de los castigos al tiempo inmediatamente futuro[1] (§ 2.2).
Entre todas pasiones que padecen los seres humanos, no hay otra tan repugnante como la ira. Ella enciende, pone en llamas, incluso al que parece ser sensato y prudente, no solo al pecador, sino también a quien está caminando hacia la perfección (§ 3.1). “El Salterio, con toda su intensidad de sentimientos apasionados y a veces violentos, se prestaba a una reflexión sobre la ira, pasión sobre la cual Orígenes subraya con vigor su alcance cuasi universal, anticipando así los futuros desarrollos de la ascesis monástica de Evagrio y otros… El Alejandrino presta mucha atención al rico léxico bíblico de la ira, sea que este se refiera a Dios o a los hombres”[2].
No es fácil abandonar la ira, dejar a un lado la pasión que nos enciende en un súbito furor. El camino que el predicador propone para ir controlando esta funesta falta y poder entrar en la vivencia de la mansedumbre evangélica, es ir dando pasos graduales, poco a poco, hasta conseguir la gracia de no irritarnos con furia. A esta actitud se debe unir la abstención de la envidia (§ 3.2).
Texto
Una pregunta vital
2.1. “No tengas envidia por el que prospera en su camino, por el hombre que comete injusticia” (Sal 36 [37],7). Describe (el salmista) lo que les sucede a los hombres. Pues a menudo si vemos a un injusto que tiene éxito y goza en vida de aquello que se considera ser afortunado, nos ponemos en peligro de escandalizarnos por la injusticia y decir: “¿Qué ventaja hay en ser justo? Los justos sufren, pero el injusto es afortunado; este injusto se enriquece, se cubre de gloria, es poderoso. ¿Entonces no es mejor ser injusto que justo?”. Esto dicen las almas de fe poco profunda sobre los hombres que tienen éxito en su camino y cometen injusticia.
2.1. “No envidies a quien prospera en su camino, al hombre que obra la iniquidad” (Sal 36 [37],7). Describe lo que les sucede a los hombres. A menudo, en efecto, si vemos al inicuo en prósperos éxitos e instalado en lo que llaman vida feliz, nos escandalizamos e incurrimos en peligro de fe; y murmuramos en nuestro corazón contra la divina Providencia diciendo: “¿Para qué sirve obrar bien? He aquí que los justos están atribulados, y ese injusto vive felizmente. Es injusto y ha conseguido grandes riquezas, ha ascendido al culmen de los honores y de los poderes; tal vez, es mejor ser injusto que ser justo”. Estas almas débiles y frágiles, aunque no profieran esto con la boca, sin embargo, lo dicen en su corazón, cuando ven a los inicuos avanzar en su camino en medio de prósperos sucesos.
Los bienes futuros
2.2. Por tanto, cuando suceden esas cosas y se dicen esas palabras sobre los que cometen injusticias y prosperan con sus iniquidades, nacen las envidias, bien de alguno o bien incluso de la misma divinidad. Existe, en efecto, una cierta envidia de la divinidad, según lo que dice el Apóstol (cf. 1 Co 10,22), y lo que dicen las grandes odas del Deuteronomio: porque “ellos me han puesto celoso con un no-dios” (Dt 32,21). Sucede, entonces que el Señor se pone celoso por causa nuestra. No provoquemos a Dios blasfemando; debemos pensar que este siglo[3] es el de quien no tiene otra esperanza. Que gocen, en consecuencia, de la buena fortuna y posean también aquellos que consideran ser bienes. Pero nuestro siglo no es este, nosotros estamos navegando hacia otro tiempo de vida y nuestra esperanza está después de este mundo presente. No es posible tener bienes en el tiempo presente y en aquel venidero. En efecto, si alguien los tiene en este siglo, en el venidero oirá decir, mientras es castigado: “Recibiste tus bienes (durante) tu vida” (cf. Lc 16,25). Si aquí no recibe bienes, oirá decir que ha recibido males en este siglo. Por eso es exhortado como Lázaro: “No envidies a quien tiene éxito en su propio camino, al hombre que obra la injusticia” (Sal 36 [37],7).
2.2. Y por eso el remedio de ese mandamiento nos socorre[4], para que no estemos celosos cuando veamos eso, es decir, que no irritemos al Señor contra nosotros diciendo esas palabras en nuestros corazones; sino que debemos reflexionar: el siglo presente es de quienes no tienen esperanza en la bienaventuranza futura. Y por eso, soportemos pacientemente a aquellos que viven en prósperos éxitos, que reciben bienes en su vida (cf. Lc 16,25), hasta que llegue también nuestro siglo, aquel al que estamos invitados y cuyos bienes nos han sido prometidos, hacia el que tendemos nuestra mirada, el que esperamos, cuyos bienes no pasan como una sombra (cf. Sb 5,9), como en este siglo presente, sino que permanecen para siempre. Pero es imposible conseguir al mismo tiempo los bienes de este siglo y los del siglo futuro. En efecto, es necesario que a uno se le diga: “Tú has conseguido tus bienes durante tu vida”; y al otro: “Tú has recibido males” (cf. Lc 16,25); y que uno reciba bienes en vez de males y al otro males en lugar de bienes, como sucede en la parábola del rico y de Lázaro[5]. Por eso, entonces: “No envidies al que prospera en su camino, al hombre que obra con iniquidad” (Sal 36 [37],7).
La ira: pasión inmunda
3.1. Después la Palabra enseña sobre la pasión que perturba no a este o a aquel, sino que digo que pone en peligro a todos los hombres, excepto al perfecto, si se encuentra uno que sea perfecto, diciendo: “Refrena[6] la ira y abandona el furor” (Sal 36 [37],1). Entre las pasiones, algunas no pesan sobre la mayor parte (de las personas) e incluso quienes las padecen, las abandonan; por ejemplo, los malvados se curan de muchas obras de intemperancia, y progresando dejan muchas obras de avaricia, de modo que se encuentra a alguno que, aunque no es perfecto, tampoco es avaro. Lo mismo también puede decirse sobre otros vicios. Pero esta pasión inmunda, la ira, enciende incluso a quienes parecen ser prudentes. Por eso Salomón en los Proverbios dice: “La ira pierde también a los sensatos” (Pr 15,1). No te asombres, dice, si la ira enciende al insensato, al malvado, al infiel; sino que a menudo la ira llega a encender incluso a aquel que ya es prudente.
3.1. Después[7], el profeta recuerda el vicio que a casi todos nos turba, y no sé si en algún lugar se encontrará al hombre excepcional, tan perfecto como para estar exento de esta enfermedad. “Detén la ira, dice (el salmista), y abandona la indignación” (Sal 36 [37],8). Numerosos son los vicios que muchos evitan con facilidad. Por ejemplo, el mal de la impudicia, si alguien se dedica a practicar con empeño la continencia, la arroja de sí. Un muy gran número también dominó la avaricia, de modo que no siendo perfectos en otras virtudes, parecen en cambio evitar este mal, y además algunos otros. Pero el vicio tenaz y violento[8] de la iracundia inflama y atormenta incluso a los que parecen sabios. Por eso también Salomón dice en los Proverbios: “La ira pierde incluso a los sabios” (Pr 29,8)[9]. Es decir, “no te admires, dice (la Escritura), si la iracundia inflama al necio, al malvado y al infiel, sino que con frecuencia también atormenta a los varones buenos y prudentes”.
Abandonar el furor y abrazar la mansedumbre
3.2. Esta es también una falta de los que llevan para la construcción leña, heno y paja (cf. 1 Co 3,12). Es necesario refrenar la ira en función de aquel fuego sobre el que está escrito: “El fuego la probará” (1 Co 3,13). Es totalmente evidente que este fuego durará hasta que sea quemada la leña de la ira, el heno del furor y la paja de las palabras (que nacen) de estas pasiones. Por tanto, “refrena la ira y abandona el furor” (Sal 36 [37],8), esto es: no realizándolo ni obrando conforme a él, sino abandónalo. Nosotros, en cambio, despreciando estas palabras, abandonamos la mansedumbre, pero no abandonamos el furor. Y partiendo del Deuteronomio (cf. Dt 13,18?), de modo que, irritándonos un poco brevemente, lleguemos también a esto: movidos a encolerizarnos un momento por el furor, pasemos a no ser perturbados en modo alguno. “Entonces, no tengas envida como para actuar mal” (Sal 36 [37],8); no empujes a alguien hacia la envidia, de modo que tú peques y obres mal por empujar a otro hacia la envidia.
3.2. Este pecado es asimismo uno de aquellos que aportarían leña, heno y paja al edificio; y es necesario que los materiales de esta clase sean probados por el fuego, como está escrito (cf. 1 Co 3,13); de modo que permanezcamos en el fuego hasta que sean consumidos en nosotros la leña de la iracundia, el heno de la indignación y la paja de las palabras, aquellas que ciertamente hayamos proferido atormentados por los vicios de esta clase. Por tanto, “pon fin a la cólera y abandona la indignación”; esto es: no satisfagas tus humores, cuando seas empujado a la iracundia, sino detenlos, abandónalos e ignóralos. Pero cuando nosotros recibimos estos mandatos y que, por el contrario, estamos conmovidos, no detenemos la iracundia sino la mansedumbre, no abandonamos la indignación sino la suavidad. Empecemos, entonces, al menos, a corregirnos a nosotros mismos; y paulatinamente, por la continencia y la asidua meditación, suavicemos la iracundia, lleguemos incluso a no irritarnos en adelante. Reprimiendo con constancia el ímpetu de una indignación excitada por el furor, lleguemos hasta ya no ser turbados por un movimiento de indignación. “No suscites la envidia obrando con perversidad” (Sal 36 [37],8). No te hagas, dice (el salmo), tú también, perverso, provocando a los otros a rivalizar contigo en la iniquidad. Pues la envidia del mal busca siempre superar a otro en maldad.
[1] Origene, p. 246, nota 5.
[2] Ibid., pp. 246-247, nota 6.
[3] Lit.: eón (aion).
[4] Es decir, el mandamiento que enseña el salmo.
[5] Lit.: sicut exemplo sunt ille dives et Lazarus.
[6] O: detén.
[7] El texto latino dice: “Post haec” (después de esto).
[8] Lit.: durum et acutum.
[9] El texto bíblico dice: “Los sabios alejan la cólera”. Rufino cita de memoria (cf. SCh 411, p. 103, nota 3).