OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (694)

El envío de los 70 (o 72 discípulos)

Fecha desconocida

Manuscrito (¿o ícono?) griego - georgiano

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 36 (37)[1]

Introducción

El inicio del tratamiento de este salmo señala la multiplicidad de sentidos en el Salterio. Dos veces Orígenes formula la polivalencia de la hermenéutica variando las expresiones y el orden. En la primera, enuncia estos sentidos: a) místico; b) profético-cristológico; c) terapéutico-moral. Mientras que en la segunda lista encontramos: a) profético; b) místico; c) moral. No se ve con claridad si es necesario añadir un sentido histórico-literal diferente de los tres enumerados, o si se lo debe identificar con el sentido moral (§ 1.1)[2].

La dificultad de lectura que hallamos en el inicio de la homilía reside en el hecho de que Orígenes considera que los dos primeros versículos del salmo presentan una simetría secuencial, como un quiasmo. Esto suscita un problema de léxico: ¿cómo explicar la diferencia entre parazeloy (provocar celos) y zeloyn (envidiar)? Esta dificultad nace del hecho de que los traductores de la Biblia de Alejandría acuñaron un término griego para el hebreo titchar (de charab: enojarse, irritarse). Como muestran los paralelos bíblicos que ofrece en el siguiente párrafo (§ 1.3), Orígenes considera que la versión de los LXX ha efectuado un traspaso semántico, pasando de la idea de irritarse o enojarse a aquella de provocar celos o envidia (§ 1.2)[3].

La búsqueda en torno al significado de “provocar celos” induce a la confrontación con textos paralelos de la Escritura. Pero Orígenes no se contentará solo con este recurso, sino que recurrirá también a la experiencia común. Los ejemplos que presenta nacen de la exigencia de impartir una enseñanza moral (§ 1.3)[4]. 

Los antropomorfismos referidos a Dios, como, por ejemplo, sus celos, son parte de las expresiones de la Escritura que no deben comprenderse en sentido literal, sino figurado (abusivo = katachrestikos: empleado abusivamente, de manera impropia). En la tradición escolástica el vocablo griego equivale a metafórico, por lo que el término tiene el sentido de metáfora o imagen. Las limitaciones lingüísticas de los antropomorfismos bíblicos ponen de manifiesto las formas inadecuadas con que los seres humanos nos relacionamos con Dios (§ 1.4)[5].

En la realidad multiétnica y de varias religiones que se daba en Cesarea las ocasiones de enfrentamientos y desencuentros no deben haber faltado, especialmente en el ámbito interreligioso. Por otra parte, el hecho de que los cristianos no sean una nación, a diferencia de los judíos y los egipcios, es introducido por Orígenes para subrayar la condición de minoría y dispersión de los cristianos. Y nos permite asimismo ver la dimensión exigua de la comunidad a la cual se dirige. La Iglesia por su carácter universal y por no incluir en su interior ningún pueblo entero, se caracteriza por ser una asamblea de quienes tienen fe en Cristo (§ 1.5)[6].

El texto de san Pablo le ofrece a Orígenes la posibilidad de desarrollar una reflexión sobre la necesidad de no caer en el error de provocar los celos del Señor. Pues Él es más fuerte que nosotros y no estamos en condiciones de enfrentarnos a su posible reacción (§ 1.6).

La comparación entre Caín y Abel es llamativa, pues hace del “bienaventurado Abel” un ejemplo de carácter más bien negativo, al menos bajo el aspecto de la conveniencia de su comportamiento respecto del malvado Caín[7]. Este primer testimonio, omitido en la versión latina de Rufino, se completa con la historia de David y Saúl, en la que se subraya la inocencia del primero en cuanto a provocar la envidia del segundo (§ 1.7).

El salmo enseña a no provocar la envidia o los celos de los malvados; y a no querer lograr lo que hombres inicuos logran con sus malas acciones. Pues al envidiarlos ya estamos como justificando sus obras de iniquidad, y cayendo en el vicio de la celotipia (§ 1.8). 

Texto

Un salmo enteramente moral

1.1. “Dios, que ha hablado muchas veces y de muchos modos en los profetas” (Hb 1,1), a veces nos enseña cosas inefables y misteriosas en lo que venimos diciendo, a veces anuncia anticipadamente lo que se refiere al Salvador y a su venida, pero en ocasiones se preocupa de nuestras costumbres. En cada uno de los pasajes con que nos confrontamos, esforcémonos, por tanto, en precisar la diversidad de las realidades que se afirman: cuando son profetas y hablan de los acontecimientos futuros; cuando, en cambio, se manifiestan misterios y cuando el pasaje que se examina es de carácter moral. Aquí, en el inicio del salmo trigésimo sexto hallamos que es un salmo íntegramente moral, que cura nuestra alma, denuncia nuestros pecados y nos convierte a una vida según la Ley.

1.1. “En muchas ocasiones y de muchas maneras, Dios habló a los Padres por los profetas” (Hb 1,1). En ocasiones nos enseña con sus palabras inefables misterios, en ocasiones nos instruye sobre el Salvador y sobre su venida, pero algunas veces corrige y enmienda nuestras costumbres. Por eso, trataremos, para cada pasaje de la divina Escritura, de señalar las diferencias de esa naturaleza y de discernir dónde hay profecías, dónde se habla del futuro, dónde se indica algún sentido místico y dónde el pasaje es moral. Comenzando, entonces, la explicación del salmo trigésimo sexto, constatamos que todo este salmo es moral y que es como un cierto tratamiento y una medicina concedidos al alma humana, cuando reprende nuestros pecados y nos enseña a vivir según la Ley[8].

El inicio del salmo

1.2. Examinemos el primer enunciado: “No provocar los celos de los malvados, no envidiar a los que obran la iniquidad[9], pues como el pasto pronto se secarán y como la hierba tierna pronto se marchitarán” (Sal 36 [37],1-2). Con estas palabras se nos enseña a hacer dos cosas, en primer lugar, a no provocar los celos de los malvados; y, en segundo lugar, a no envidiar aquellos que obran la iniquidad. Después agrega que para quien provoca los celos de los malvados se sigue que se seque como el pasto, y que padezca esto no lentamente sino pronto; en tanto que, quien envidia a aquellos que obran la iniquidad, se sigue que se marchitará como la hierba tierna.

1.2. Veamos ya qué principio nos ofrece el primer versículo: “No, dice (el salmo), provoques la envidia entre los malignos, y no envidies a los que obran la iniquidad; porque como la hierba pronto se secarán y como las legumbres de huertos pronto morirán” (Sal 36 [37],1-2). Hay dos cosas que nos enseñan estas palabras a no hacer. Primero, no provocar la envidia entre los malvados; después, no envidiar a los que obran la iniquidad. Porque le sucede, al que provoca la envidia entre los malvados, que se seca como la hierba, y esto no lo padecerá más tarde, sino enseguida. Pero el que envidia a los que obran la iniquidad, le sucede que pronto cae, como las legumbres de los huertos.

“Provocar los celos de los malvados”

1.3. Es necesario, por tanto, comprender cuál es la diferencia entre provocar celos y envidiar. No se trata, en efecto, de una expresión griega o utilizada habitualmente por el hábito lingüístico de los griegos, ni tampoco entre los cultores de las letras, ni entre las personas que se expresan de una forma más simple. Parece, en cambio, que fue acuñada por los traductores, deseosos de traducir el texto hebreo y mostrar, en cuanto es posible a la humana naturaleza, la diferencia entre envidia y emulación. Por consiguiente, para entender el carácter inusual del significado (contenido) en las palabras: “No provocar los celos de los malvados”, debemos recoger esta expresión en varios lugares (de la Escritura). De esa forma “confrontando realidades espirituales con realidades espirituales” (1 Co 2,13), conseguiremos ver cuál es el significado de las palabras: “No provocar los celos de los malvados”. Ahora bien, en el cántico del Deuteronomio está escrito: “Ellos provocaron mis celos con un no dios, me han irritado con sus ídolos y yo provocaré sus celos con un no pueblo, los haré enojar con un pueblo necio” (Dt 32,21). Pero también el Apóstol (dice): “¿Acaso provocaremos los celos del Señor? ¿Somos más fuertes que Él? [Todo es lícito, pero no todo es útil]” (1 Co 10,22-23). Reuniendo las expresiones contenidas en estos tres pasajes -en el Deuteronomio, en el Apóstol y en el salmo presente- hallaremos el significado de las palabras: “No provocar los celos de los malvados” (Sal 36 [37],1).

1.3. Según el simple sentido de la letra “no provocar la envidia entre los malvados” parece indicar que, entre los hombres malvados y detestables no se debe emular su maldad, es decir, ser guía e instigador, presentando a los demás como modelo de infamia. Pero envidiar a aquellos que cometen iniquidad, es otra cosa, (es) imitarlos y aprender a conducirse de una manera inicua. Y esto se dice en un doble sentido: que no ofrezcas a los otros un ejemplo de maldad, y que tú mismo no sigas los ejemplos de los otros, de los malvados. Pero para conocer de una manera más plena el contenido intrínseco de este texto, yo pienso que es conveniente servirse de las Escrituras divinas, si es que en algún lugar hallamos escritas estas palabras, comparando así las realidades espirituales con las realidades espirituales (cf. 1 Co 2,13), para que, lo que por ellas se indica, manifieste un sentido más evidente. Está escrito en el Deuteronomio: “Ellos mismos me han provocado envidia por medio de lo que no es Dios, me han impulsado a la ira con sus ídolos; y yo los conduciré a la envidia por los que no son un pueblo” (Dt 32,21). Allí donde en latín se dice: “Ellos me han provocado la envidia, y yo los conduciré a la envidia”, en griego es la misma palabra que se utiliza al inicio del salmo, es decir: “Ellos me han provocado envidia, y yo les provocaré envidia”. Aunque la palabra griega “parezelosan” parece expresada en latín de modo más expresivo si decimos: “Ellos me han irritado”, sin embargo, se trata de la misma palabra. Pero también en el Apóstol está escrito: “¿Provocaremos a la envidia al Señor? ¿Somos más fuertes que Él?” (1 Co 10,22). Y allí en vez de “provocaremos a la envidia al Señor”, sobre algunos ejemplares está escrito: “¿Irritaremos al Señor?”. 

Un ejemplo

1.4. Por consiguiente, el que incita a alguien a envidiar lo empuja a volverse envidioso. Para poner un ejemplo tomado de la experiencia común, si conviene aducir ejemplos de los acontecimientos de los hombres, diremos esto: hay mujeres astutas e impías, con propósitos licenciosos, las cuales, no satisfechas con los desórdenes que cometen ocultamente, quieren que también las mujeres de sus amantes sepan que sus maridos los cometen con ellas, y que lo sepan con este propósito: para que ardan de celos frente a ellas y así perturbar las casas de otros. Si has comprendido el ejemplo de la mujer que excita los celos de la esposa, comprende que emular significa suscitar envidia hacia alguien y hacer arder de celos a alguien. Que éste sea el significado lo extraes igualmente, en segundo lugar, del pasaje del Deuteronomio citado antes: “Ellos me han provocado celos por un no-dios” (Dt 32,21). Porque nuestro Dios es un Dios celoso, y es celoso de modo análogo a un marido celoso de su propia mujer, porque quiere cuidarla y ser solícito frente a ella, del mismo modo que un marido que no quiere soportar una mujer licenciosa. Por tanto, debemos decir que aquel que peca suscita, en un cierto sentido, celos en Dios. Todo esto debe entenderse empleado en un sentido figurado, como sucede también con las expresiones sobre la ira y el sueño o la tristeza de Dios, es decir, únicamente para ayudarnos a comprender en qué forma cada uno de nosotros dispone a Dios frente a él. En consecuencia, “ellos me han provocado celos, me han movido a la envidia, adorando no dioses me han provocado celos. ¿Ves lo que se agrega al texto? “Con sus ídolos” (Dt 32,21). Esto es: «Han incitado mi ira por causa de su idolatría. “Y yo los provocaré celos con un no pueblo” (Dt 32,21). Pues solamente ellos eran mi pueblo, Israel, y siendo los únicos no estaban celosos de otro pueblo, como si yo amara otro pueblo, pero he aquí que yo provoco celos y suscitaré en ellos la envidia, escogiendo un pueblo menos inteligente que ellos, dándoles leyes y estableciendo un pacto con ellos».

1.4. De todos estos testimonios resulta que empujar a alguien a la envidia, es irritarlo y provocarlo. Así, por ejemplo, usando una comparación. Hay mujeres sin pudor y perversas que, si por casualidad han atrapado hombres con el encanto de un amor usurpado, pasando el tiermpo, no satisfechas con sus desbordes ocultos, quieren asimismo hacer saber a las esposas fieles que ellas son amadas por sus maridos, para excitarlas por este medio a los celos, irritarlas y peturbar otros hogares. Si has entendido la fuerza de este ejemplo, cómo la concubina incita a la esposa a los celos, debes ver también lo que es provocar la envidia en algunos, es decir, ofrecer motivos que los empujen a alguna maldad. Igualmente en ese texto del Deuteronomio: “Ellos me han provocado celos (parezelosan) con algo que no es Dios” (Dt 32,21), esto significa -a partir de aquí manifiestamente se ilumina lo que está escrito en otra parte-, que de nuestro Dios se dice que un Dios celoso (cf. Ex 20,5). Suele decirse que un marido es celoso de su esposa cuando cuida que no se manche la castidad de ella de una forma muy solícita y muy cautelosa. De donde, consecuentemente, quien peca contra Dios, de quien se dice que es celoso, lo incita a los celos y lo irrita. Pero todo esto debe entenderse sobre Dios de una manera figurada[10], como también lo que se afirma sobre la ira de Dios, o sobre su sueño, o sobre su tristeza, por lo cual se comprende lo que cada uno merece de Dios por sus acciones. Así, por tanto, el Deuteronomio dice: “Ellos mismos me han llevado a los celos por medio de lo que no es Dios, y me han exasperado dando culto a los ídolos” (Dt 32,21), es decir, dando culto a los ídolos me han incitado a los celos. ¿Pero qué sigue? “Yo también, dice Él, los incitaré a los celos contra lo que no es una nación, por medio de una nación insensata los irritaré” (Dt 32,21).

“Los irritaré con una nación insensata”

1.5. Mira si no es éste (el sentido de las palabras): “Ellos me han provocado celos con un no-dios, me han irritado con sus ídolos y yo les provocaré celos por medio de un no-pueblo, los irritaré con un pueblo sin inteligencia” (Dt 32,21). Si ves un judío que no reacciona ante los gentiles, sino que mira la idolatría y no odia la idolatría ni se aparta de ellos, pero detesta al cristiano que ha abandonado los ídolos, aunque sobre esto esté de acuerdo con él; por tanto, mira de qué forma el judío alimenta odio, de qué modo trama acechanzas contra un cristiano, comprende que se ha cumplido la profecía que dice: “Yo les provocaré celos por medio de un no-pueblo” (Dt 32,21). Nosotros, en efecto, no somos un pueblo: pocos somos los que hemos creído en esta ciudad, y otros (son) de otra (ciudad); no somos un pueblo como lo era el pueblo hebreo o el pueblo judío. No sucede así con el pueblo cristiano, que no era y no es un pueblo, sino que se reúne de aquí y de allá entre los gentiles. Por eso, “les provocaré celos con un no-pueblo, los irritaré con un pueblo sin inteligencia” (Dt 32,21). Hemos llegado a ser pueblo desde un no-pueblo: el inicio de nuestra vocación ha sucedido para nosotros a partir de un no-pueblo, y es nuestra reunión la que nos hace un pueblo. Y, sin embargo, se enojaron aquellos cuyo pueblo, por causa de la venida de Cristo, ha sido rechazado en su conjunto. Se ha cumplido, en efecto, la profecía del Deuteronomio.

1.5. ¿De dónde procede que todavía hoy los judíos no se agitan contra los paganos, contra aquellos que dan culto a los ídolos y blasfeman contra Dios? A los paganos no los aborrecen y no se indignan contra ellos, sino que tienen un odio insaciable contra los cristianos, que han dejado los ídolos para convertirse a Dios (cf. 1 Ts 1,9). Y, al menos en esto, si no lo hacen en otros aspectos, se tornan semejantes a los paganos. Por consiguiente, cuando veas a los judíos tener odio hacia el cristiano, comprende que se cumplió la profecía: “Yo los irritaré contra un no-pueblo” (Dt 32,21). Pues nosotros no somos un pueblo, pocos de esta ciudad hemos creído, y cada uno de una ciudad diferente. En ningún lugar, después del inicio de nuestra fe, se ha visto que una nación entera fuera conducida (a la fe). En efecto, el pueblo de los cristianos no es, como la nación de los judíos o la de los egipcios, una única y entera nación, sino que son congregados, de aquí y de allá, tomados en cada nación. Por eso, Dios dice: “Yo les provocaré celos contra lo que no es una nación, por medio de una nación insensata los irritaré” (Dt 32,21).  Y por esta causa se han irritado contra nosotros, nos odian como a una nación insensata, ellos que se dicen sabios, pues ciertamente a ellos en primer término les fueron confiadas las palabras de Dios, y meditando desde la infancia hasta la ancianidad en la ley de Dios, no llegaron a la Ley de Dios[11]. En cambio, “Dios ha elegido lo que hay de necio en el mundo para confundir a los sabios” (1 Co 10,22), y así se cumplió lo que está escrito: “Los irritaré con una nación insensata” (Dt 32,21).

El testimonio del Apóstol

1.6. Pero también el Apóstol dice: “¿O acaso provocaremos los celos del Señor? ¿Somos más fuertes que Él?” (1 Co 10,22). Él hace estas afirmaciones en su discurso sobre el sacrificio y las carnes inmoladas a los ídolos (diciendo): “¿Queremos provocar los celos del Señor comiendo la carne inmolada a los ídolos y provocar los celos como los judíos los suscitaron en Él por la idolatría? ¿Queremos obrar del mismo modo?”. “¿O provocaremos los celos del Señor? ¿Acaso somos más fuertes que Él?” (1 Co 10,22). Pero si provocamos los celos de alguien, siendo nosotros más fuertes que quien experimenta los celos y es incitado por nosotros a tener celos, para nada nos preocupamos de cuanto sucede. En cambio, si provocamos los celos de uno que es más fuerte que nosotros, nos acarreamos dificultades nosotros mismos. Toma el ejemplo de la mujer, del cual nos hemos servido poco antes. Admitamos que aquella que provoca los celos sea la señora de la casa y sea una mujer rica, mientras que la que es incitada a los celos sea una sierva, una mujer pobre. Ésta no siendo más fuerte que aquella que la pone celosa, cuando es incitada a los celos, ni siquiera mira a la mujer que le provoca celos. Pero si alguna pone celosa a una mujer más fuerte, por ejemplo, la sierva a la dueña, suscita su cólera y se atrae dificultades. La dueña de casa, en efecto, cuando se pone celosa puede vengarse.

1.6. Veamos también qué dice el Apóstol, qué manifiesta: “¿Provocaremos los celos del Señor? ¿Acaso somos más fuertes que Él?” (1 Co 10,22). Dice esto en el lugar donde trata sobre los sacrificios y sobre lo que se inmola a los ídolos: “Provocaremos los celos del Señor”, dice, esto es, ¿incitamos los celos del Señor comiendo lo que ha sido inmolado a los ídolos, como los judíos habían provocado sus celos con sus ídolos? ¿Es que nosotros queremos hacer lo mismo? He aquí porque dice: “¿Provocaremos los celos del Señor? ¿Acaso somos más fuertes que Él?”. Esto es lo que afirma: si nosotros excitamos la envidia de alguien que es inferior por su fuerza, fácilmente podemos despreciarlo, pero si incitamos la envidia a un hombre fuerte, ¿no trabajamos para nuestra propia perdición? Por tanto, si comemos lo que ha sido inmolado a los ídolos e incitamos contra nosotros los celos del Señor, provocamos contra nosotros la cólera de uno que es más fuerte, para nuestra propia ruina. Cuando, entonces, veas a un hombre perverso, observa y ten cuidado de no instigar su envidia contra ti, a no hacer incautamente lo que incitaría su perversidad.

Caín y Abel. David y Saúl

1.7. En consecuencia, el Apóstol, queriendo apartarnos del comer la carne inmolada a los ídolos afirma: “¿Provocaremos los celos del Señor” ¿Somos más fuertes que Él?” (1 Co 10,22). Si provocamos sus celos, ¿podremos resistir a sus celos? Si en alguna ocasión ves a un hombre que obra con maldad, ten cuidado de no hacer algo que desate su envidia contra ti. Porque el malvado no te perdonará, sin darte cuenta, has hecho aquello que provocará su envidia hacia ti. Si quieres comprender lo que he dicho con un ejemplo, tal vez, aquel bienaventurado Abel obró de manera inoportuna. Él ofreció un sacrificio a Dios, pero provocó los celos de Caín (cf. Gn 4,4-5), puso celoso al que era malvado. Provocó, en efecto, los celos del que era malvado, y “Caín se abalanzó contra su hermano Abel y lo mató” (Gn 4,8). Consideremos también los episodios sobre David, Goliat y Saúl. Cuando David salió para luchar y matar a Goliat (cf. 1 S 17,37-51), las muchachas jóvenes fueron a su encuentro y decían: “David abatió a diez mil y Saúl a mil” (1 S 18,7). Si David hubiese obrado él mismo de esta forma, habría sido para Saúl aquel que provoca la envidia entre los que obran inicuamente (cf. Sal 36 [37],1). Pero no fue por su deseo que las jóvenes cantaron el himno y se expresaron de ese modo: “David abatió a diez mil y Saúl a mil”.

1.7. Para hacer más claro lo expuesto, por medio de un ejemplo: el bienaventurado David incitó a la envidia a Saúl el malvado cuando se adelantó ante el ejército y mató a Goliat; y salieron coros de muchachas y de mujeres diciendo: “Saúl mató a mil, y David a diez mil” (1 S 18,7). Ciertamente, si David hubiera actuado por propia iniciativa, habría provocado la envidia de Saúl, el malvado. Pero no fue por obra suya que salieron los coros de jóvenes mujeres y que entonaran este himno: “David mató a diez mil y Saúl a mil”.

“Zelotypia” 

1.8. Esto nos enseña lo que sigue: el género humano es proclive a la envidia, y esta pasión se desata rápidamente sobre los hombres. Cuida de no realizar cosas por causa de las cuales aquel que obra con maldad engendre la envidia contra ti, porque tramará asesinarte, odiarte, o cualquier otra iniquidad que conciba contra ti, como lo dicen las palabras del salmo: “No provoques los celos del que obra con maldad, ni envidies a quienes obran la iniquidad” (Sal 36 [37],1). ¿De qué forma, entonces, siendo un hombre, envidia al que obra la iniquidad? Si un hombre obra según la misma iniquidad, o bien envidia al que realiza una maldad, o bien por causa de cualquier cosa que le sucede al que obra la iniquidad, o bien por causa de alguna persona, a veces uno es impulsado a envidiar al que obra la iniquidad. Pongamos el ejemplo de alguien que se enriquece con la iniquidad y pasa de una condición de pobreza a poseer muchas riquezas; entonces un vecino pobre, viendo cómo ha pasado de la pobreza a tanta riqueza, lo envidiará deseando hacerse rico también él. No lo envidia en cuanto obra la iniquidad, sino por el hecho de haberse enriquecido. Pero aquel que envidia la riqueza fruto de la iniquidad, se sigue que envidia al que obra inicuamente y obra la iniquidad. Por eso los hombres necesitamos de tantos preceptos. Pues a menudo viendo que alguien se ha enriquecido, o ha alcanzado una gloria mundana, o ha contraído un matrimonio con alguien de la nobleza, pensamos que es digno de admiración, y no vemos que se enriqueció obrando el mal, o que recibió gloria después de haber cometido delitos, o que por lujuria contrajo ese matrimonio que es considerado noble. Y tenemos envidia de poder casarnos también nosotros como aquel, para recibir asimismo nosotros una dignidad como aquella como él recibió obrando con maldad.

1.8. Esto es, por tanto, lo que nos enseña el salmo: puesto que una cierta categoría de hombres es proclive a la envidia[12], y fácilmente se inclina hacia ese vicio, ten cuidado de no hacer lo que excitaría a los hombres malvados a la envidia contra ti, y los impulsaría a tenderte trampas o los conduciría a odiarte. Y esto es lo que se significa con todas estas afirmaciones: tú no debes provocar la envidia del malvado contra ti, ni envidiar la malicia ajena. ¿Cómo un hombre puede envidiar la maldad de otro? Sin ninguna duda cuando obra de la misma manera. Lo que digo es esto: si alguien siendo pobre se hace rico por medio de la iniquidad, mientras que su vecino está necesitado y ve al que se ha elevado desde la tierra y ha subido al culmen de las riquezas, y empieza a envidiarlo y a imitarlo para enriquecerse, también él por medio de la iniquidad, esto es “tener envidia de los que obran la iniquidad” (Sal 36 [37],1). Pero también si alguien envidia al que, por medio de estupros furtivos, o por intentos ilícitos sobrepasa su condición y su importancia, se apodera de esposa, de casa, de riquezas, este hombre está celoso de aquellos que obran la iniquidad. Ahora están los que por medio de diversas infamias o por medio de maniobras indignas e ilícitas han llegado a cimas inmerecidas de honores, y por medio de acciones inicuas, o incluso con las manos manchadas de sangre, se han apoderado de honores indebidos. Si alguien viendo estas personas se inflama de un deseo de semejante demencia, está envidioso de los que obran la iniquidad (cf. Sal 36 [37],1).



[1] Agregamos, después de cada párrafo, en letra cursiva, siempre que sea posible, la versión de la traducción latina de Rufino editada por Emanuela Prinzivalli (con introducción, traducción y notas de H. Coruzel, sj, y L Brésard, ocso), Paris, Eds. du Cerf, 1995, pp. 50-89 (Sources Chrétiennes [= SCh] 411).

[2] Origene, p. 208, nota 1.

[3] Ibid., pp. 210-211, nota 3.

[4] Cf. ibid., p. 212, nota 4.

[5] Origene, pp. 212-213, nota 5.

[6] Cf. Origene, pp. 214-215, notas 6 y 7.

[7] Cf. Ibid., pp. 216-217, nota 8.

[8] El texto latino se divide en dos párrafos, que hemos unido para ajustarlos al original griego. Procedimiento que repetimos en otras ocasiones semejantes.

[9] Traduzco el verbo parazeloo por provocar celos; y zeloo por envidiar, o tener envidia.

[10] Abusive (abusivamente, en virtud de la figura).

[11] “La Ley de Dios es Cristo. La identidad de Nomos (Ley) y Logos (Verbo), ya afirmada por Filón, se continua en los. primeros escritores cristianos” (SCh 411, p. 58, nota 2).

[12] Lit.: celotipia (zelotypia).