OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (666)
La Visitación
Hacia 1465-1470
Liturgia de las Horas
Angers, Francia
Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces
Homilía VIII: Sobre los hijos del Oriente; y sobre Gedeón (Jc 6,3. 33 ss.)
Introducción
Se nos presenta el texto que ahora será explicado. El interrogante que se plantea es: ¿por qué pide Gedeón un nuevo signo a Dios? Y también, ¿por qué este signo en particular? (§ 4.1). Además, la pregunta de por qué solicita un segundo signo, y la aclaración de que ello no fue contra la Ley, todo esto abre la puerta para que se nos ofrezca un desarrollo sobre el tema del rocío divino (§ 4.2).
La lectura interpretativa de Orígenes comienza por explicar el primer signo, subrayando el hecho de que solamente el pueblo de Israel fue beneficiado con el rocío de la Ley de Dios; en tanto que los demás pueblos quedaron como tierra reseca. Pero deja ya abierta una interpretación diferente para el segundo signo (§ 4.3).
El segundo signo viene a probar, en la interpretación de Orígenes, que ahora es el pueblo judío el que permanece en la aridez; en tanto que, los todos los demás pueblos de la tierra se benefician de la condición humectante del rocío divino (§ 4.4).
Texto
El signo pedido por Gedeón
4.1. «Y entonces, dice (la Escritura), Gedeón le dijo a Dios: “Si quieres salvar a Israel por mi mano, como me has dicho, he aquí que voy a poner un vellón de lana sobre la era[1]; y si el rocío cae sobre el vellón, y todo el suelo está seco, sabré que tú salvarás a Israel por mi mano, como lo has dicho”. Y así sucedió» (Jc 6,36-38). Cuando eran tan numerosos e innumerables los signos o prodigios que Gedeón pudo pedir a Dios para confirmar la promesa de Dios, ¿por qué le pareció bien, después de la voz angélica y de la promesa celestial (cf. Jc 6,14-16), pedir a Dios este nuevo signo? Pues dijo: “Voy a poner un vellón de lana sobre la era. Si el rocío se encuentra solamente sobre el vellón y todo el suelo está seco, estaré seguro que tú salvarás a Israel por mi mano” (Jc 6,37). Y Gedeón, habiendo reclamado este signo, mereció que sucediera.
¿Por qué un segundo signo?
4.2. Sea así. Has impetrado la realización de un signo, oh Gedeón. ¿Por qué también “tomas el vellón de lana y lo escurres en un cuenco” (Jc 6,38)? ¿Qué te empuja a hacerlo? Pero sea. Has obtenido el primer signo, ¿qué te impulsó a pedir todavía un segundo signo, modificando e invirtiendo el orden (cf. Jc 6,39-40)? Tal vez alguno de los oyentes, más atento a las lecturas, diga que no le parezca que esto concuerde con aquello que está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16), es lo que prescribe la Ley. Pero la conclusión del asunto enseña que no fue hecho contra el mandamiento; pues Dios no escucharía una petición que reclama alguna cosa contra la Ley.
El rocío de la legislación divina fue solo para Israel
4.3. En cambio, ahora, cuando vemos que, en el primer signo, el rocío cayó sobre el vellón de lana, pero todo el suelo quedó seco (cf. Jc 6,37-38); y en el segundo, el rocío cayó en todo el suelo, pero permaneció seco el vellón (cf. Jc 6,39-40), signo por medio del cual Gedeón recibió la confirmación que el Señor salvaría a Israel por su mano, es necesario ver la razón de este misterio. Sobre esto recuerdo que también uno de nuestros predecesores[2] ha dicho en sus escritos que el vellón de lana es el pueblo de Israel, mas (ahora) el resto de la tierra al igual que el resto de las naciones. Y el rocío que cayó sobre el vellón es la palabra de Dios, que fue concedida desde el cielo a ese solo pueblo. Únicamente a Israel, en efecto, advino el rocío de la legislación divina; pero la sequedad la tenían todas las naciones, porque ninguna humedad de la palabra divina se derramó sobre ellas.
La sequedad de Israel
4.4. Pero la razón del segundo signo cambia en sentido contrario, cuando Gedeón dice: “Que el rocío descienda sobre toda la tierra, pero que el vellón quede seco” (cf. Jc 6,40), es decir: Mira todo este pueblo reunido de entre las naciones por toda la tierra, que ahora posee el rocío divino. Míralo, penetrado del rocío de Moisés, humectado por los escritos de los profetas. Míralo también reverdecer con la humedad apostólica y evangélica. Pero aquel vellón, esto es, el pueblo judío, sufre sequedad y aridez en relación a la palabra de Dios, según lo que está escrito: “Mucho tiempo los hijos de Israel estarán sin rey, sin príncipe, sin profeta; ya no habrá más altar, ni víctima, ni sacrificio” (cf. Os 3,4 LXX). Ves cuánta sequedad permanece sobre ellos, qué aridez les ha venido en relación con la palabra divina. En verdad, estas nociones nos han sido dadas, como debemos confesarlo, gracias al trabajo de los mayores. Pero, puesto que, también nosotros, después de escuchar la palabra de los sabios, debemos, como está escrito (cf. Pr 1,5; 9,9)[3], unir también nuestra alabanza y contribución, veamos lo que nosotros también podemos aportar[4]sobre esta materia.
[1] Es decir, el espacio de tierra limpia y firme, algunas veces empedrado, donde se trillaban las mieses.
[2] Ignoramos de quién se trata. Se encuentra una lectura similar en Teodoreto de Ciro, Quaestio XV in Jud. (cf. SCh 389, p. 194, nota 1).
[3] No sabemos qué texto tenía Orígenes en mente (cf. SCh 389, p. 196, nota 1).
[4] Lit.: edificar encima (superaedificari).