OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (660)
Jesús alaba la generosidad de la viuda pobre
Hacia 1850
Londres
Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces
Homilía VI: Sobre el cántico que cantó Débora (cf. Jc 4,3-9; 5,2 ss.)
Introducción
Disponiéndose a tratar el Cántico de Débora, Orígenes resalta su gran riqueza, rebosa de misterios. Y al verse imposibilitado de tratar sobre todos ellos, se limitará a recoger algunas flores que sirvan de consuelo a los oyentes y de preparación para él, para que sea capaz de cantar tan estupenda página de la Primera Alianza (§ 1).
Al comenzar la explicación espiritual del cántico de Débora, se nos propone comprender que se trata de un camino de crecimiento en la fe. En dicha vía los ángeles tienen una misión que favorece a los verdaderamente humildes, los pequeños, del pueblo de Dios (§ 2.1).
Siempre el inicio de nuestra salvación, de nuestra liberación del pecado, es obra del Señor. Pero luego se nos pide que colaboremos con nuestra voluntad y nuestra decisión (§ 2.2).
Con un lenguaje impregnado de textos neotestamentarios se nos invita a avanzar en la vivencia de nuestra fe, recibiendo fortaleza y capacidad de combatir contra el Maligno de los sacramentos de la iniciación cristiana. Somos llamados a pasar de una etapa iniciática, de infancia espiritual, a otra de madurez, que nos debería tornar aptos para la lucha en campo abierto (§ 2.3).
Orígenes concluye la exposición del comienzo del Cántico de Débora, señalando que, luego de recibida la instrucción inicial, ya será responsabilidad de cada uno las buenas o malas acciones que realice (§ 2.4).
Texto
Un cántico lleno de secretos místicos y proféticos
1. Sísara con su ejército y los carros de hierro, con los cuales atacó al pueblo de Dios, fue vencido; y la profecía predijo por Débora que así sería (cf. Jc 4,3. 5 ss.). Y después de haber conseguido la victoria por mano de una mujer (cf. Jc 4,9), se registra que Débora cantó un cántico de alabanza por la victoria de esa mujer. Pero si nos recordamos lo que fue dicho antes conforme a la interpretación mística[1]: qué representan Débora, y también Barac, de quién detenta la imagen Jahel, una mujer que ella sola abatió al adversario del pueblo de Dios, de quién es imagen Sísara, el cual por mano de una mujer extranjera fue derribado por la fuerza del madero[2], comprendemos que en todo esto hay otras tantas figuras misteriosas que se cumplen en los últimos tiempos y al fin del mundo por la Iglesia, y que en el canto se describe, por así decirlo, su himno triunfal, es decir, el canto de su victoria, a saber, de ese tiempo en que será destruido el último enemigo, la muerte (cf. 1 Co 15,26). Pues entonces exultará Débora, es decir, brillará la gloria de la profecía, porque lo que ella predijo se ha cumplido. Entonces, Jahel, la Iglesia, superará al enemigo común de todos, y después que hayan entrado todas las naciones, entonces Barac, él también, es decir, el resto de Israel, será salvado (cf. Rm 11,25-26) y admitido a compartir la victoria. Entonces, por tanto, si somos dignos, también nosotros cantaremos ese cántico lleno de secretos místicos y proféticos. Entre ellos, como nos falta el tiempo para examinarlos a todos en detalle, pues los oyentes en la Iglesia aman la brevedad, sin embargo, intentaremos examinar algunos, sea tratando los inicios del cántico, sea recogiendo aquí y allí flores para consolar a los oyentes, o para ejercitarnos nosotros mismos y prepararnos para ser capaces de cantar el cántico de Débora.
El camino del crecimiento en la fe
2.1. “Al comandar (in incipiendo) los mandos (principes) en Israel, en la elección (voluntatibus) del pueblo, ¡bendigan al Señor!” (Jc 5,2)[3]. Dice que la bendición con que bendecimos al Señor se eleva en el comienzo por los príncipes de Israel, después en seguida, también con la elección (o: voluntades) del pueblo. Por ejemplo, desde que empezamos a venir al culto de Dios, cuando recibimos el comienzo de la palabra de Dios y de la doctrina celestial, es de los príncipes de Israel que debemos recibir estos inicios. Pero los príncipes de Israel, es decir, el pueblo cristiano, deben entenderse, pienso, como los ángeles que el Señor dice que están presentes en cada pequeño en la Iglesia, de quienes también se dice que siempre ven el rostro del Padre que está en los cielos (cf. Mt 18,10). He aquí, por tanto, quiénes son los príncipes, y es de ellos que nosotros debemos tomar los comienzos. Por ejemplo, si un niño va a la escuela, ciertamente es recibido por el maestro y deviene discípulo de ese doctor, pero no recibe de inmediato el inicio de su enseñanza de ese mismo maestro; sino que, una vez que de él reciba solamente los primeros elementos, es confiado a otros para ser instruido, por así decirlo, a los príncipes de la escuela misma. Para que, cuando haya sido instruido por ellos en aquellas cosas mejores, y haya concluido junto a ellos los primeros rudimentos, solo entonces podrá recibir las enseñanzas más perfectas del doctor mismo.
En el inicio nos sostiene el Señor
2.2. Así también, por consiguiente, ahora la profecía, volviendo al inicio de nuestra formación, dice que cuando hayas comenzado, gracias a los príncipes o que los príncipes hayan empezado a obrar con nosotros, es necesario que en seguida nosotros tomemos el relevo con nuestra voluntad y propósito, y que así, creciendo por el progreso, lleguemos en adelante a bendecir al Señor mismo. Pero mira lo que dice: “Al comenzar (o: comandar), dice (la Escritura), los príncipes en Israel” (cf. Jc 5,2). Son los comienzos que se dice son ayudados por los príncipes. Pero después de estos, es necesario apoyarse sobre la voluntad y decisión propias, para que merezcamos bendecir al Señor. Porque también, cuando el pueblo de Israel empezó a salir de Egipto y a atravesar el Mar Rojo, nada procedía de su propio esfuerzo, sino que todo se hacía por los príncipes, es decir, por los ángeles (cf. Ex 14,19). En síntesis, así le decía Moisés al pueblo: “Ustedes, dice (la Escritura), callarán y el Señor luchará por ustedes” (cf. Ex 14,14 LXX). ¿O acaso no se describe que el ángel exterminador abiertamente combatió por ellos[4], y exterminó a los primogénitos de Egipto, sin que el ganado de los israelitas emitiera ni siquiera un sonido? (cf. Ex 12,23. 29).
Los sacramentos de la iniciación cristiana
2.3. Sin embargo, no siempre hay que esperar que los ángeles combatan por nosotros, sino solo al comienzo, es decir, en nuestros inicios, somos ayudados por los príncipes, los ángeles. Por lo demás, en el transcurso del tiempo, nosotros mismos debemos salir armados para los combates. Porque, antes de aprender a luchar en las guerras, antes de prepararnos para combatir las luchas del Señor, somos ayudados por los príncipes, los ángeles. Antes de conseguir el aprovisionamiento del pan celestial (cf. Jn 6,51), y ser saciados con las carnes del cordero sin defecto (cf. 1 P 1,19), antes de embriagarnos con la sangre de la viña verdadera (cf. Jn 15,1), que brota de la raíz de David (cf. Is 11,1; Mt 1,6. 20), mientras todavía somos niños pequeños, somos alimentados con leche (cf. 1 Co 3,1-2) y tenemos el lenguaje de los iniciados de Cristo, obramos como niños pequeños, bajo los ángeles tutores y procuradores (cf. Ga 4,2). Pero una vez que hemos gustado los misterios de la milicia celestial (cf. Lc 2,13) y hemos sido alimentados con el pan de vida (cf. Jn 6,35), escucha cómo somos llamados para los combates por la trompeta apostólica. Con una voz potente Pablo nos grita: “Revístanse de las armas de Dios, para poder mantenerse firmes contra las astucias del diablo” (Ef 6,11). Él no soporta más que nos refugiemos bajo las alas de aquellos que se alimentan con leche, nos invita a los campos de batalla: “Revístanse, dice, de la coraza de la caridad” (cf. 1 Ts 5,8), y así “recibirán el yelmo de la salvación” (cf. 1 Ts 5,8), junto con “la espada del Espíritu” (Ef 6,17), y por encima de todo “el escudo de la fe, gracias al cual podrán extinguir todos los dardos encendidos del Maligno” (cf. Ef 6,16).
Nuestra propia responsabilidad
2.4. Ves, en consecuencia, que todo se hace con orden y sin confusión en el pueblo de Dios, nada se realiza de forma desordenada o fuera de tiempo. Para comenzar, los príncipes (cf. Jc 5,2) ayudan. Cuando hayas sido ayudado e instruido por los príncipes, obra ya por ti mismo espontáneamente y conforme a tu voluntad, lo que hayas aprendido de los príncipes. Rectamente, en efecto, una vez consumados los inicios y abandonados los rudimentos, somos confiados a nuestra voluntad; para que, o bien nuestro sea el mérito de la alabanza adquirida por nuestro coraje, o bien que con toda justicia nuestra sea la falta cometida por nuestra pereza. Esto entonces sobre lo que está escrito: ““Al comandar (in incipiendo) los mandos (principes) en Israel, en la elección (voluntatibus) del pueblo, ¡bendigan al Señor!” (cf. Jc 5,2).
[1] Cf. Hom. V,2; 4 y 5.
[2] Cf. Hom. V,5.
[3] Rufino traduce directamente del griego (cf. SCh 389, p. 152, nota 1). Mantenemos, por tanto, su versión. Pero se debe tener presente la existencia de dos textos griegos diferentes para Jc. El que traduce Rufino es el llamado texto A, y lo cito siguiendo la versión castellana de Natalio Fernández Marcos en: La Biblia Griega Septuaginta. Natalio Fernández Marcos - María Victoria Spottorno Díaz-Caro (Coordinadores). II. Libros históricos, Salamanca, Eds. Sígueme, 2011, p. 101 (Biblioteca de Estudios Bíblicos, 126). Voluntas en latín tiene también el significado de: facultad de elegir.
[4] Cf. Hom. III,6.