OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (658)

Jesús cura al ciego Bartimeo

Hacia 980-993

Evangeliario

Reichenau, Alemania

Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces

Homilía V: Sobre Débora, Barac, Iahel y Sísara (Jc 4,4 ss.)

Introducción

Barac, convocado por Débora, simboliza al primer pueblo, el pueblo judío, que fue llamado para escuchar la profecía. Y que no obedeció, exigiendo que la profecía lo acompañara en su ascensión (§ 4.1).

Jahel, una mujer extranjera, es a quien cupo el honor de derribar a Sísara. Por tanto, no fue Barac (= Israel), primer pueblo, el que reconoció y creyó en el Mesías, en Cristo, sino el pueblo extranjero. Y a ellos les correspondió exterminar al jefe enemigo (§ 4.2).

La Iglesia es la que nos muestra el verdadero camino de la ascensión hacia las realidades espirituales. La Iglesia, por la cruz de Cristo, camino estrecho y angosto, nos conduce a la vida espiritual y celestial. A la verdadera sabiduría, la que nos enseña el Crucificado (§ 5.1-2).

Texto

La profecía y el primer pueblo

4.1. Esta mujer, ante todo, dice (la Escritura), “manda a buscar y llama a Barac” (Jc 4,6). Barac se traduce por resplandor. Resplandor es algo que, sin duda, posee la luz, pero no permanente. Porque por un algún tiempo ella resplandece, después de apaga. Este Barac, entonces, me parece que lleva la figura del primer pueblo: el primero de todos es llamado e invitado por la profecía a escuchar las palabras de Dios y a recibir los regalos de la Ley divina. Ciertamente ha brillado y en el esplendor de la Ley ha resplandecido por breve tiempo, pero no ha permanecido mucho tiempo y no ha podido conservar continuamente el fulgor de la luz. Por consiguiente, cuando Débora hubo dicho a Barac, es decir, la profecía al primer pueblo: “El Señor Dios de Israel te ordena que tú subas al monte Tabor y tomes diez mil guerreros” (Jc 4,6), y lo demás que está escrito, qué respondió a la profecía Barac, personificando al pueblo, veamos: “Yo no subiré, dice (la Escritura), si tú no subes conmigo, porque ignoro el día en que el Señor me enviará su ángel” (Jc 4,8). Ves, por tanto, cómo el profeta ha transmitido las palabras de Dios a esos jefes y les ha dicho que se les había dado orden de subir a la montaña, pero se excusan y dicen: “No subiré, si tú no vas conmigo”.

Jahel, la mujer extranjera

4.2. Sobre la excusa, sin duda, es verdad, pero a propósito de la promesa, es falso. En efecto, que ellos no ascendieron a la montaña de Dios, es verdad; pero que prometan subir con la profecía, esto es falso. Pues no siguieron a la profecía al punto de creer en aquel sobre quien está escrita de antemano toda profecía, Cristo. Por eso Débora le dice: “Yo iré contigo. Pero debes saber que el honor no será para ti en el camino por el que marchas, sino que será en manos de una mujer que el Señor entregará a Sísara” (Jc 4,9). Ella muestra con claridad que el honor[1] en modo alguno será para ese pueblo y que la palma de la victoria no permanecerá en él, porque en manos de una mujer, llamada Jahel (Iahel), será entregado Sísara. Se narra entonces que cuando, amonestado por Débora, es decir, por la profecía, Barac persiguió al jefe de los filisteos, a Sísara, él mismo no lo pudo aprisionar; sino que en su huida lo encontró Jahel, una mujer extranjera, mujer que antes había hecho con él un pacto de amistad. Cuando se volvió para ir hacia ella en vez de ocultarse, le pidió agua para beber, pero fue abrevado por ella con leche. Y, después que lo hubo puesto en un lugar oculto y lo recubrió con pieles, luego con un martillo le clavó una estaca en sus quijadas, o maxilares[2]; y entonces, presentándose ante Barac, que lo perseguía, le mostró a Sísara ya muerto y abatido (cf. Jc 4,14-22).

Solo por la Iglesia podemos ascender hacia la multiforme sabiduría de Dios

5.1. ¿Qué nos muestra este texto de la historia sobre el misterio? Jahel, esa mujer extranjera, de quien la profecía había dicho: la victoria se realizará por mano de una mujer (cf. Jc 4,9), es figura de la Iglesia, reunida de entre las naciones extranjeras. Jahel se traduce ascensión, porque efectivamente para subir al cielo no hay otra ascensión sino “por la Iglesia de la multiforme sabiduría de Dios” (cf. Ef 3,10).

El camino estrecho y angosto

5.2. Por tanto, es ella la que, mientras asciende de las realidades corporales a las espirituales, y de las terrenas a las celestiales, mata a Sísara, como se dijo antes[3], el cual es figura de los vicios carnales y del hombre animal o terreno (cf. 1 Co 15,48-49; 2,14). Puesto que Sísara se traduce: visión de caballo, y la Escritura dice: “No sean como el caballo y el mulo, en los que no hay inteligencia” (Sal 31 [32],9). Ella, entonces, lo mata con una estaca, es decir, lo abate con el leño, con la punta y la fuerza de la cruz. Y no sin motivo se describe que con la punta le atraviesa las quijadas (cf. Jc 4,21). Esa boca, en efecto, que hablaba de cosas carnales, y esa doctrina que privilegiaba la gloria de la carne, que persuadía a los sabios del siglo a vivir en las delicias y el placer[4]; y que engañó al género humano por la adulación de la lujuria. Esa boca, afirmo, es traspasada y taladrada por el madero de la cruz. Pues ese camino del placer que la filosofía había proclamado ancho y espacioso, Cristo nos lo muestra camino de salvación estrecho y angosto (cf. Mt 7,13-14). Así, por consiguiente, Jahel, la Iglesia, luego de haber cubierto con pieles a Sísara, el príncipe de los vicios, es decir, de haberlo adormecido por la mortificación de los miembros, lo entregó al sueño eterno.



[1] Lit.: primado, primacía o preferencia (primatus).

[2] Llamativa la traducción del texto bíblico que presenta Rufino. La LXX dice que le clavó una estaca (o clavija: passalon) en la sien (krotaphos); la Vulgata: le clavó un clavo (clavum) en el cerebro (cerebrum).

[3] Cf. Hom. IV.4.2.

[4] El epicureísmo. Cf. Hom. I.1 (SCh 389, p. 140, nota 2).