OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (613)
San Juan Bautista
Hacia 1500
Bologna, Italia
Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué
Homilía X: Sobre el engaño de los gabaonitas (Jos 9,3 ss.)
Introducción
A partir de la afirmación evangélica de las muchas habitaciones en la casa del Padre, Orígenes desarrolla una llamativa exégesis espiritual del ardid urdido por los gabaonitas. En su reflexión subraya la gran diferencia entre ser cristiano de todo corazón, y el serlo solo exteriormente. Sin por ello cerrar las puertas de la salvación a estos últimos, pero concluyendo que él no desearía alcanzar la salvación al modo de los gabaonitas, es decir sin una auténtica conversatio morum (§ 1.1-5).
En un segundo momento Orígenes señala un grave error de los gnósticos (herejes), quienes no aceptan el Antiguo Testamento. En su refutación se señala, implícitamente, la necesidad de una lectura espiritual de los textos de la Primera Alianza. Y también, la necesidad de unir en la vida cristiana fe y obras (§ 2.1-3).
Texto
La resurrección
1.1. “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones” (Jn 14,2), dice el Verbo de Dios. Pero también la resurrección de los muertos no tendrá comparación con la gloria de los resucitados: “Otra es la carne de los volátiles, otra la de las ovejas, otra la de los peces. Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenos; pero otra sin duda es la gloria de los celestiales, otra la de los terrenos. Otra es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, otra la gloria de las estrellas. Una estrella difiere de otra en gloria; así también será la resurrección de los muertos” (1 Co 15,39-42).
La astucia de los gabaonitas
1.2. En consecuencia, muchas son las diversas comparaciones con que se designan a quienes llegan a la salvación. Por donde también ahora estos gabaonitas, de los cuales se nos ha leído la historia, pienso que son una porción de los que son salvados. Sin embargo, no sin la marca de alguna quemadura serán salvados. Ves, en efecto, cómo son condenados a ser cortadores de leña y portadores de agua para beneficio del pueblo y servicio del altar de Dios (cf. Jos 9,27), porque sin duda se acercaron a los hijos de Israel con engaño y astucia, “vestidos con vestimentas y calzados viejos, y trayendo como alimento panes viejos” (Jos 9,5). Estos, por tanto, se presentaron ante Jesús con todas sus cosas viejas y rogándole solo esto: que los salvara (cf. Jos 9,6. 11).
Creyentes, pero no plenamente convertidos
1.3. En la figura de esos gabaonitas me parece que algo se nos muestra. Hay ciertamente en la Iglesia creyentes, que tienen fe en Dios y asienten a todos los preceptos divinos, quienes también son atentos para con los servidores de Dios y desean servirlos; e incluso están suficientemente prontos y dispuestos para el adorno o el servicio de la iglesia. Pero en sus actos y en sus costumbres privadas son bastante obscenos, embrollados en los vicios, en modo alguno “han depuesto el hombre viejo con sus acciones” (cf. Col 3,9), sino envueltos por los antiguos vicios y las impurezas, como con esas vestimentas y calzados viejos con los que se cubrían los gabaonitas; creen en Dios, parecen ser devotos con los servidores de Dios y el culto de la Iglesia, pero en nada muestran por sus costumbres la enmendación y la renovación interior. A estos, por tanto, nuestro Señor Jesús concede la salvación, pero esta misma salvación no evita la nota de infamia en la conducta ellos.
“El Pastor” de Hermas: la parábola del olmo y la vid
1.4. Algo similar a esto se describe también en el libro llamado El Pastor[1]. Porque dice que un cierto árbol que se denomina olmo, que no da fruto, sostiene sin embargo a una vid que da mucho fruto; y ese olmo es sostén de la vid, que se apoya en su solidez para poder producir y conservar mucho fruto; de modo que, el olmo, que es infructuoso, parece necesario y útil por este hecho mismo de servir a la vid fructífera. Así hay que entender también lo (sucedido) con los gabaonitas: no depusieron el hombre viejo con sus actos, pero ayudaron y sirvieron a los santos prestando alguna utilidad; y por ese servicio recibieron de Jesús, mediando un juramento, la salvación.
Entre los israelitas…
1.5. Yo no quisiera obtener la salvación al modo de los gabaonitas, ni ser contado entre los cortadores de leña o portadores de agua, sino que entre los israelitas deseo recibir mi heredad y la porción de tierra prometida.
Una interpretación errónea
2.1. Es conveniente relevar las calumnias que los herejes suelen hacer leyendo este pasaje; ellos no aceptan el Antiguo Testamento y dicen: “Vean la conducta inhumana de Jesús hijo de Navé para con esos hombres que fueron suplicantes hacia él. Les concedió la salvación, pero les infligió la ignominia de la infamia y el yugo de la servidumbre”. Si esto oyen las almas menos instruidas en las Escrituras divinas pueden enfermar al punto y estar en peligro de abandonar la fe católica. Porque no comprenden las intenciones subrepticias de ellos. Jesús, en efecto, pronuncia un juicio, pero teniendo en cuenta la medida equivalente de la fe de los gabaonitas.
El engaño servil
2.2. Por cierto, la meretriz Rahab, que con fe íntegra creyó junto con toda su casa, y acogió a los exploradores israelitas con plenísima devoción (cf. Jos 2,1 ss.), fue recibida plenamente en el consorcio y sociedad del pueblo. Y sobre ella está escrito que “fue incorporada a los hijos de Israel hasta el día de hoy” (Jos 6,25). Pero esos, que no amaron tanto el consorcio con las gentes israelíticas, y atemorizados por el miedo de la perdición, con astucia y engaño accedieron a Jesús, ¿cómo podían merecer la libertad de la vida y el consorcio del reino por medio del dolo servil?
La fe y las obras
2.3. ¿Quieres conocer, por último, que la condición dispensada por Jesús era digna de la bajeza del corazón de los gabaonitas? Ellos mismos dicen: “Oímos cuántos (prodigios) hizo el Señor a favor de ustedes (cf. Jos 9,9), en el Mar Rojo y en el desierto”. Y cuando dijeron esto, confesaron haber oído y estar en conocimiento de las divinas maravillas. Sin embargo, nada digno de fe, nada (digno) de admiración hicieron ante tantos prodigios. Por eso, Jesús viendo la estrechez y exigüidad de su fe, mantuvo ante el propósito de ellos una moderación justísima: si merecían la salvación quienes habían manifestado un poco de fe, con todo no recibieron la suma del reino y la libertad, porque su fe no estaba ennoblecida con ninguna obra; “la fe sin obras está muerta” (St 2,17), afirma el apóstol Santiago.
[1] Hermas, El Pastor, Parábolas 2: «Mientras andaba por el campo noté un olmo y una vid, y estando distinguiéndolos a los dos y a sus frutos, el pastor se me apareció y me dijo: “¿Qué estás meditando dentro de ti?”. “Estoy pensando, [señor], le dije, sobre el olmo y la vid, que son en extremo apropiados el uno al otro”. “Estos dos árboles, me dijo, son designados como un (ejemplo) para los servidores de Dios”. “Quisiera saber [señor], le dije, el ejemplo contenido en estos árboles de los cuales estás hablando”. “Mira, me dijo, el olmo y la vid”. “Los veo, señor”, le dije. “Esta vid, dijo él, da fruto, pero el olmo es de un tronco que no produce fruto. Con todo, esta vid, a menos que se encarame por el olmo, no puede llevar mucho fruto cuando se arrastra por el suelo; y el fruto que produce entonces es malo, porque no está suspendida del olmo. Cuando la vid se adhiere al olmo, pues, da fruto de sí y desde el olmo. Ves, pues, que el olmo también da [mucho] fruto, no menos que la vid, sino más aún”. “¿Cuánto más, señor?”, pregunté yo. “Porque, dijo él, la vid, cuando cuelga del olmo, da fruto en abundancia y en buena condición; pero cuando se arrastra por el suelo, da poco fruto y éste se pudre”. La comparación apuntaba a las relaciones entre ricos y pobres, Orígenes la traspone a lectura espiritual del texto de Josué. El Alejandrino consideraba la obra de Hermas como inspirada, aunque sabiendo que no se trataba de una opinión unánime en su tiempo. Aunque, tal vez, se mostró un poco más reservado hacia el final de su vida (cf. SCh 71, pp. 272-273, nota 2).