OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (592)
La parábola del sembrador
Hacia 1180
Alsacia, Francia
Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué
Homilía IV: El paso del Jordán (Jos 3,1 ss.)
Introducción
Para aproximarse al arca de la Alianza, que es acercarse al fuego de la divinidad, es necesario ser oro o plata; así, el fuego resplandecerá más espléndida y rutilantemente. Pero si alguien ha construido con madera o paja, será quemado (§ 3).
La fecha del paso del Jordán no es un dato menor, sin interés. “El décimo día del primer mes” es el mismo día en que el pueblo anticipó el misterio del cordero. Por tanto, el día mismo en que se abandonan los errores de este mundo se entra en la tierra prometida. Es necesario entonces no posponer para mañana nuestras buenas acciones, sino apresurarnos a realizarlas ya ahora (§ 4.1).
El número diez contiene un simbolismo espiritual: para nosotros la perfección, considerada en su conjunto es una; sin embargo, cuando practicamos una determinada virtud, si logramos adquirirla íntegramente, ella alcanza su perfección; de modo que la suma de los logros particulares tiende a un único fin: la perfección como suma de todos ellos (§ 4.2).
En la conclusión Orígenes afirma que después de las pruebas que debemos soportar en este mundo, si somos considerados dignos de entrar en la tierra prometida, llegaremos con alegría a nuestra meta, siguiendo a los sacerdotes del Señor (§ 4.3).
Texto
Acercarse a Dios es aproximarse al fuego
3. Mira por qué se dice: “Que el pueblo, dice (la Escritura), esté lejos del arca de la Alianza dos mil codos[1]” (Jos 3,4). En cambio, los sacerdotes y los levitas están próximos, y tan cerca que llevan sobre sus hombros el arca del Señor y la legislación divina. Felices los que merecen estar próximos a Dios. Pero recuerda lo que está escrito: “Los que se me aproximan, se aproximan al fuego”[2]. Si fueras oro o plata y te acercas al fuego, por el fuego mucho más se multiplicará el resplandor y el brillo (de tus rayos); pero si eres consciente de haber edificado sobre madera, pasto o paja (cf. 1 Co 3,12), y si con tal construcción te aproximas al fuego, serás consumido. Bienaventurados, por tanto, los que están cerca y que de esa forma están próximos, de modo que el fuego los ilumine, (y) no los queme. Sin embargo, Israel será salvado, pero será salvado ubicado lejos, y sigue su camino no por su fuerza, sino ayudado y salvaguardado por los sacerdotes[3].
El décimo día del primer mes
4.1. ¿En qué fecha atravesaron el Jordán? Puesto que he notado que esto no sin motivo se ha señalado, sino para poner de relieve el tiempo (en que aconteció). “El décimo, dice (la Escritura), día del primer mes” (Jos 4,19). Ese mismo día décimo del primer mes en que se anticipó en Egipto el misterio del cordero (cf. Ex 12,3). El décimo día del primer mes se celebraba ese misterio en Egipto, el décimo día del primer mes entraron en la tierra prometida[4]. Me parece muy feliz que el mismo día en que escaparon de los errores del mundo, también merecieron entrar en la tierra prometida; y ese día es el que vivimos en este siglo. Porque toda nuestra vida presente se designa como un único día. Y así se nos enseña por este misterio a no diferir para mañana nuestros actos y obras de justicia -todos los que tienen por fin la perfección-, sino apresurarnos a cumplirlos hoy (cf. Hb 3,13), esto es mientras vivimos, mientras moramos en este mundo; y así al fin podremos entrar, el décimo día del primer mes, en la tierra prometida, es decir, en la bienaventuranza de la perfección.
Todas las perfecciones particulares tienden a un único fin
4.2. Pero también si observas diligentemente, adviertes que las Escrituras reúnen otras narraciones sobre ese mismo día. Sobre cada una de las cuales no quiero ahora detenerme para no prolongar la duración del sermón. Esto es lo que hay que pensar sobre la frecuente repetición del (décimo) día: para nosotros la perfección en general es una; sin embargo, cuando queremos desarrollar una virtud en particular, si podemos vivirla íntegra y perfectamente, esa misma virtud alcanza su perfección. Por ejemplo, si alguien es iracundo y desea adquirir la virtud de la mansedumbre, sin duda primero experimentará muchos fracasos, hasta convertir en natural lo que es el fruto de una prolongada meditación de mucho tiempo. Y cuando obtenga lo que se ha propuesto, ciertamente habrá alcanzado la perfección de la mansedumbre, pero no posee por esto también la perfección de todas las virtudes. Así, por tanto, las virtudes, consideradas una a una, conducen a muchas perfecciones; pero la perfección en su conjunto es aquella que contiene la suma de todas las perfecciones. Por eso, entonces, que muchas obras se recapitulan en este décimo día, para significar que muchas perfecciones (particulares) tienden a un único fin, como también lo dice el profeta: “Muchas peregrinaciones ha hecho mi alma” (Sal 119 [120],6); y de nuevo: «Mientras me dicen cada día: “¿Dónde está tu Dios?”. Yo recordé esto y derramé mi alma en mi interior, porque transité en el lugar del admirable tabernáculo hasta la casa de Dios, con voces de exultación y al son de la alabanza (como) en un banquete» (Sal 41 [42],4-5)[5].
Conclusión de la homilía
4.3. En efecto, después de los trabajos y las tentaciones, que soportamos en el eremo de este mundo, después del pasaje del Mar Rojo, después de las corrientes de las aguas del Jordán, si fuéramos dignos de entrar en la tierra prometida, llegaremos con alegría y exultación, siguiendo a los sacerdotes de Cristo nuestro Señor y Salvador, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén[6].
[1] Un poco más de 914 metros.
[2] Texto que no se encuentra en la Escritura. Cf. Evangelio de Tomás 82: «Dijo Jesús: “Quien esté cerca de mí, está cerca del fuego; quien esté lejos de mí, está lejos del Reino”»; y SCh 71, pp. 154-155, nota 1.
[3] O: con la ayuda y bajo la providencia de los sacerdotes.
[4] O: tierra de las promesas (terram repromissionis).
[5] Cf. Homilía sobre el libro de los Números XXVII,4.1: «Pero también el alma, cuando sale del Egipto de esta vida para dirigirse hacia la Tierra de Promisión, ha de seguir necesariamente determinados caminos y hacer, como hemos dicho, ciertas paradas. De ellas creo que se acordaba el profeta, que decía: “Lo recuerdo, y mi alma se derrama sobre mí, porque penetraré hasta el lugar del tabernáculo admirable, hasta la casa de Dios” (Sal 41 [42],5 LXX). Éstas son las mansiones y éstos los tabernáculos de los cuales dice en otro lugar: ¡Cuán amables son tus tabernáculos, Señor de los ejércitos! Mi alma ansía y desfallece por los atrios del Señor” (Sal 83 [84],2-3). Por eso dice también el mismo profeta en otro lugar: “¡Mucho ha peregrinado mi alma!” (Sal 119 [120],6). Comprende, por tanto, si puedes, lo que son estas peregrinaciones del alma, en las cuales con cierto gemido y dolor llora el tener que peregrinar tan largo tiempo. Pero, mientras todavía está en el exilio, se oculta y se oscurece la comprensión de estas realidades. Sin embargo, se le instruirá con más verdad y comprenderá mejor cuál ha sido la razón de su peregrinación, cuando haya vuelto a su descanso, esto es, a su patria, el paraíso; intuyendo esto bajo el velo del misterio, decía el profeta: “Vuelve, alma mía, a tu descanso, porque el Señor te ha favorecido” (Sal 114[-115] [116],7)».
[6] Cf. 1 P 4,11.