OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (552)

Parábola de la semilla de mostaza

1684

Evangeliario

Egipto

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXIV (Nm 28 - 30)

Interpretación espiritual de “hombre-hombre”

2.1. Después de esto, se establece la ley de los votos, y en esta legislación de Moisés se usa un principio nuevo. Porque dice: “Un hombre, un hombre cualquiera que haya hecho un voto al Señor” (Nm 30,3). ¿Cuál es el motivo de repetir el nombre? Como si no bastase con decir: el hombre que haya hecho un voto al Señor. ¿Por qué, entonces, dice: “Hombre-hombre”, y qué querrá significar la repetición del vocablo hombre? No me parece que deba quedar en silencio. El Apóstol enseña que uno es el hombre interior y otro el exterior (cf. 2 Co 4,16), y aquél es el que se renueva día a día, según la imagen del que lo creó (cf. Col 3,10), mientras que este otro es visible, el que se corrompe. Cuando, por tanto, ya se llega a tal grado de avance que se reciba la ley de Dios y se ofrezcan votos al Señor -pero nadie puede ofrecer votos al Señor, a no ser que tenga algo que ofrecer a Dios en sí mismo y en su sustancia-, no basta con que ese hombre exterior reciba la Ley de Dios ni que ofrezca él solo los votos -puesto que no puede tener algo digno de Dios-, sino que es el hombre interior aquel que tiene más en sí que ofrecer a Dios, porque en él está la morada de las virtudes, en él todo entendimiento de la ciencia, en él está la innovación de la imagen divina. Cuando éste haya recuperado su forma, con que desde el principio fue creado por Dios, y haya recibido por la reintegración de las virtudes la hermosura de la forma anterior, entonces ya puede ofrecer votos a Dios, y entonces ya no se llamará solo hombre, sino hombre-hombre.

Liberar al hombre interior de todos los vicios y pecados 

2.2. Porque el que no cultiva el hombre interior, el que no siente preocupación por él, el que no lo dota de virtudes, no lo adorna de costumbres, no lo ejercita en las divinas enseñanzas, no busca la sabiduría de Dios, no se aplica a la obra de la ciencia de las Escrituras, éste no puede llamarse hombre-hombre, sino solo hombre, y hombre animal (cf. 1 Co 15,44-45), porque aquel interior, al que compete más verdadera y noblemente el nombre hombre, está adormecido en él por los vicios carnales y sofocado por aplicarse a los cuidados de este mundo, hasta el punto de que ni siquiera pueda llevar el nombre de hombre. Por ello debemos intervenir mucho con cada uno de nosotros, de modo que, si uno viese en sí que el hombre interior yace oprimido por las torpezas de los pecados y por los escombros de los vicios, en seguida arranque de él todas las inmundicias, lo libre en seguida de toda sordidez de la carne y de la sangre, se convierta alguna vez a la penitencia, recupere para sí la memoria de Dios, recupere la esperanza de la salvación. Puesto que estos bienes no hay que buscarlos fuera, en otro lugar, sino que la oportunidad de la salvación está dentro de nosotros, como dijo el Señor: “He aquí que el Reino de Dios está dentro de ustedes” (Lc 17,21). Porque dentro de nosotros está la posibilidad de la conversión; en efecto, cuando, convertido, gimas, serás salvado (cf. Is 30,15), y entonces podrás cumplir dignamente tus votos al Altísimo (cf. Sal 49 [50],14) y ser llamado hombre-hombre.

Lo que Dios espera que le ofrezcamos

2.3. Hay un voto, cuando ofrecemos a Dios algo de lo nuestro. Pues bien, Dios quiere recibir antes algo de nosotros, y así luego Él mismo ser generoso con nosotros, de modo que se vea que da largamente sus dones y regalos a quienes los merecen, y no a quienes no los merecen. ¿Pero qué es lo que Dios quiere recibir de nosotros? Escucha la sentencia de la Escritura: “Y ahora, Israel, ¿qué pide de ti el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios y andes en todos sus caminos y lo ames de todo corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas?” (Dt 10,12). Éstas son las cosas que pide Dios de nosotros. Y, si antes no se las ofrecemos, no recibiremos nada de Él. Leemos en otro lugar: “Den gloria a Dios” (Sal 67 [68],35 LXX), y: “Den magnificencia a Dios” (Dt 32,3). Si le dan gloria, recibirán gloria; porque así dice Dios mismo: “A los que me glorifiquen, los glorificaré” (1 S 2,30).

Lo que recibimos de Dios

2.4. Pero yo digo que, si le ofrecemos nuestra justicia, recibiremos de Él la justicia de Dios; y si le ofrecemos nuestra castidad, o sea, la del cuerpo, recibiremos de Él la castidad del espíritu; y si le ofrecemos nuestro pensamiento, recibiremos de Él su pensamiento, como decía el Apóstol: “Nosotros, en cambio, tenemos el pensamiento de Cristo” (1 Co 2,16). Pero cuando nosotros hayamos ofrecido a Dios las cosas que hay en nosotros, y Él nos haya concedido aquellas cosas que son suyas, entonces ya no seremos llamados solamente hombre, sino hombre-hombre; puesto que el uno y el otro hombre ha sido adornado de la perfección del vocablo que le corresponde.