OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (538)

Jesús enseñando a sus discípulos

1684

Evangeliario

Egipto

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XX (Nm 25,1-10)

Responsabilidad de quienes deben dirigir al pueblo de Dios

4.1. «Y se encendió –dice (la Escritura)- la cólera del Señor contra Israel. Y dijo el Señor a Moisés: “Toma a los príncipes del pueblo y exponlos ante el Señor con el rostro hacia el sol, de modo que la ira del furor del Señor se retire de Israel”» (Nm 25,4).

No sé si ahondando en estas cosas no ofenderemos a algunos; pero aunque los ofendamos, es preciso obedecer y servir más bien a la palabra de Dios que al agrado de los hombres (cf. Hch 5,29). Pecó Israel, y dijo el Señor a Moisés que tomara a todos los príncipes y que los expusiera ante el Señor, con el rostro hacia el sol. El pueblo peca y los príncipes se sitúan con el rostro hacia el sol, esto es, son conducidos a juicio para ser inculpados por la luz.

Ya ves cuál es la condición de los príncipes del pueblo: no solo son inculpados por sus propios delitos, sino que son constreñidos a dar razón de los pecados del pueblo, por si era de ellos la culpa de que el pueblo haya delinquido, si acaso no enseñaran, o no advirtieran ni fueran solícitos en reprochar a los que hayan dado inicio a la culpa, para que no se extendiese entre muchos por contagio. El hacer todas estas cosas, en efecto, incumbe a los jefes y doctores. Porque si ellos no hicieran estas cosas ni tuvieran solicitud a favor de la gente, (y) el pueblo pecara, ellos mismos serán expuestos y ellos mismos serán conducidos al juicio. Puesto que Moisés los acusa, esto es, la Ley de Dios, como negligentes y ociosos, y contra ellos se dirigirá la ira de Dios y se abstendrá del pueblo (cf. Nm 25,4). Si los hombres reflexionaran sobre estas cosas, nunca desearían ni ambicionarían el mandato sobre el pueblo. Porque es suficiente para mí, si soy inculpado por mis delitos, me basta con dar razón de mí mismo y de mis pecados. ¿Qué necesitad tengo yo de ser mostrado también por los pecados del pueblo, y ser expuesto ante el sol, ante el que nada puede esconderse (y) nada oscurecerse?

La responsabilidad de los ángeles en el juicio divino

4.2. Pero quizás también en esto haya algún sentido arcano y recóndito, que enseñe algo más de lo que tal común exposición parezca tener. Quizás pueda referirse esto a aquellos príncipes del pueblo acerca de los cuales hemos hablado un poco más arriba. Porque vendrán con nosotros al juicio los ángeles y estarán por nosotros ante el sol de justicia (cf. Ml 3,20 [4,2 Vulgata]), por si algo de lo que nosotros hemos delinquido se produjera por causa de ellos, no fuera que hubieran gastado por nosotros menos esfuerzo y fatiga de lo necesario para retraernos de la mancha de los pecados. A no ser, en efecto, que también hubiese en ellos algo de que ser culpados en nuestra causa, nunca diría la palabra de la Escritura al ángel de aquel o de aquella Iglesia, que tienes, por ejemplo, algunos que profesan la doctrina de Balaam (cf. Ap 2,14), o que has abandonado tu amor primero (cf. Ap 2,4), o tu paciencia o algunas cosas semejantes, que ya hemos recordado más arriba, por las cuales en el Apocalipsis se inculpa a los ángeles de cada Iglesia.

Puesto que si, por ejemplo el ángel que me ha si asignado, por encargo de Dios, recibe una recompensa por las cosas que he hecho bien, no cabe duda de que esperará ser reprendido por aquellas que no han sido bien hechas por mí. Y por eso se dice que son expuestos frente al sol, sin duda para que se muestre si los pecados por los cuales me haya consagrado a Beelphegor o a cualquier ídolo, según el tipo de pecado, han sido cometidos por mi desobediencia o por su negligencia. Y, si mi príncipe -quiero decir, el ángel que me ha sido destinado- no faltó, sino que me amonestó acerca de las cosas buenas y habló en mi corazón, al menos en aquello en lo que la conciencia me retraía del pecado, pero yo, desoyendo sus advertencias y despreciando el freno de la conciencia, me lancé precipitándome a los pecados, se me duplicará la pena, o por el desprecio al consejero, o por el delito cometido.

Cuál debe ser la solicitud de nuestras acciones

4.3. Y no te asombres si afirmamos con certeza que los ángeles van al juicio con los hombres, cuando la Escritura dice: “El mismo Señor vendrá al juicio con los ancianos del pueblo y con sus príncipes” (Is 3,14). Será expuestos, por tanto, los príncipes, y, si hay en ellos alguna culpa, la ira de Dios se apartará del pueblo. Por eso, la solicitud por nuestros actos debe ser vehemente, sabiendo que no solo estaremos ante el tribunal de Dios por nuestros actos, sino que también los ángeles serán conducidos al juicio como nuestros príncipes y guías. Puesto que por ello dice la Escritura: “Obedezcan a sus superiores y sométanse a ellos en todo; porque ellos vigilan, como que han de dar cuenta de las almas de ustedes” (Hb 13,17).

La espada del Espíritu. Conclusión de la homilía

5.1. Después de esto se refiere que, “cuando vio Fineés, hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, a un israelita que entraba donde una mujer madianita, echando mano de una lanza, entró en el prostíbulo y los atravesó a los dos en las partes pudendas mismas” (cf. Nm 25,7-8). Y por esto, añade: «Dijo el Señor a Moisés: “Finées, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, ha aplacado mi ira”» (Nm 25,11).

Estas cosas han edificado al pueblo de la primera (alianza)[1]; pero a ti, que has sido redimido por Cristo y a quien le ha sido quitada de las manos la espada corporal y se le ha dado la espada del Espíritu (cf. Ef 6,17), agarra esa espada; y, si vieras a un pensamiento israelítico fornicar con meretrices madianitas, esto es, revolcándose con reflexiones diabólicas, no lo perdones, no lo disimules, sino golpéalo inmediatamente, hazlo perecer en seguida. Corta su vulva misma, esto es, los secretos de la naturaleza, destruyendo y penetrando la propia causa de pecar, para que en adelante no conciba, para que no engendre ya más y la maldita prole de pecados no contamine el campamento de Israel. Porque si haces esto, aplacarás en seguida la ira del Señor; puesto que te has anticipado al día del juicio, al que se llama día de ira y de furor (cf. Rm 2,5); y, exterminada de ti la causa del pecado, que ahora se denomina vulva de la mujer madianita, llegarás seguro al día del juicio.

Y por eso levantándonos, oremos para que encontremos siempre preparada la espada del Espíritu, por la cual sean exterminadas las mismas semillas y los receptáculos de los pecados, y se nos vuelva propicio Dios, por el verdadero Finées, el mismo Señor nuestro Jesucristo, al cual la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Lit.: al primer pueblo, o: al pueblo anterior (priorem populum).