OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (492)
La multiplicación de los panes y los peces
1594-1596
Evangeliario
Moscú
Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números
Homilía XII (Nm 21,16-23)
La renuncia a la pompa de Satanás en el bautismo
4.5. Nosotros somos, por consiguiente, los que queremos pasar por este mundo para que podamos alcanzar la tierra santa, que fue prometida a los santos; y enviamos legados a Seón, con palabras de paz, prometiendo que no moraremos en su tierra ni nos detendremos con él, sino que solo pasaremos y transitaremos por la vía real, y no nos desviaremos hasta los campos de cultivo ni hasta las viñas, y ni siquiera beberemos el agua de sus cisternas (cf. Nm 21,22). Veamos, por tanto, cuándo hemos hecho esa promesa, cuándo hemos dirigido al diablo esas palabras. Que se acuerde cada uno de los fieles cuándo vino por primera vez a las aguas del bautismo, cuándo recibió por vez primera los signos de la fe y accedió a la fuente de salvación, de qué palabras ha usado entonces allí y qué cosa declaró al diablo: que no usaría de su pompa ni de sus obras ni se sometería en absoluto a ninguno de sus servicios y voluptuosidades. Y eso es lo que se prefigura en las palabras de la Ley: “No se desviará Israel a sus campos de cultivo ni a sus viñas, y ni siquiera -promete- habrá de beber agua de sus cisternas” (cf. Nm 21,22). Porque (el fiel) no beberá en adelante, de la disciplina diabólica, de la astrología, de la magia, ni en absoluto de la doctrina que enseñe algo contra la piedad respecto de Dios: beberá la bebida del fiel. Porque tiene sus fuentes, y bebe de las fuentes de Israel, bebe de las fuentes de salvación; no bebe agua de las cisternas de Seón ni, abandonando la fuente de agua viva (cf. Jr 2,13), recoge para sí cisternas agrietadas. Proclama además que caminará por la vía real (cf. Nm 21,22). ¿Y cuál es la vía real? Sin duda aquella que dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Y con razón se llama real, puesto que Él es de quien dice el profeta: “¡Oh Dios, da tu juicio al rey!” (Sal 71 [72],1). Por la vía real, entonces, hay que caminar, sin desviarse nunca a sus campos de cultivo ni a sus viñas, esto es, la mente de los fieles no debe desviarse en adelante ni a las obras ni a los pensamientos diabólicos.
El Reino de Dios no se funda en palabras
4.6. ¿Cómo, entonces, queremos atravesar en paz los límites de los amorreos? Los amorreos pueden considerarse una parte de los infieles que hay en este mundo. Pero su nombre se traduce, según hemos dicho más arriba, o como “los que conducen a la amargura”, o bien “los locuaces”. Y de cómo los infieles e incrédulos llevan la amargura a Dios, no necesita explicación; en cuanto a lo que dice de locuaces, puede referirse a aquella razón según la cual los infieles y cuantos actúan bajo el poder del diablo, solo saben hablar, pero profieren palabras vacías: como por ejemplo sus poetas, como sus astrólogos, como también algunos de sus filósofos, que hablan cosas vacías y vanas. En cambio, “el reino de los fieles, que procede de Dios, no radica en las palabras, sino en la fuerza” (cf. 1 Co 4,20).
El pueblo de Seón que combate a Israel
4.6.a[1]. Nosotros queremos, por tanto, pasar en paz por el mundo, pero eso mismo enoja más al príncipe del mundo (cf. Jn 14,30), del cual decimos que nosotros no queremos permanecer ni residir con él ni queremos tocar nada que sea suyo: de ahí que se irrite más, se rebele, se enoje y promueva persecuciones contra nosotros, provoque peligros e intente atormentarnos. Por eso dice la Escritura: “Reunió Seón a todo su pueblo, y salió a luchar contra Israel” (Nm 21,23). ¿Quién es todo el pueblo de Seón, que él incita contra Israel? Son los príncipes y jueces del mundo y todos los ministros de iniquidad, que siempre combaten y persiguen al pueblo de Dios.
Llegar a Issaar
4.7. ¿Pero qué cosa hace Israel? “Llega -dice- a Issaar[2]” (Nm 21,23). Issaar significa “cumplimiento del mandato”. Por consiguiente, si llegamos también nosotros a este lugar, esto es, al cumplimiento de los mandatos, aunque venga contra nosotros Seón con todo el ejército, ese orgulloso y soberbio diablo, y luche contra nosotros, aunque concite contra nosotros a todos sus demonios, le venceremos, si cumplimos los mandatos de Dios. Porque cumplir los mandatos, es vencer al diablo y a todo su ejército. Entonces se cumplirá en nosotros la oración del Apóstol, que dice: “Nuestro Dios aplastará en seguida a Satanás bajo los pies de ustedes” (Rm 16,20); y aquello que dice el Señor: “He aquí que les doy poder para aplastar serpientes y escorpiones, y cualquier fuerza del enemigo, y no les hará ningún mal” (Lc 10,19). Nada de esto, en efecto, podrá hacernos mal, si llegamos a Issaar, esto es, si guardamos los mandatos y preceptos del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).