OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (462)
Jesús llama a Pedro y Andrés
Siglo XV
Liturgia de las Horas
Italia
Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números
Homilía IX (Nm 17,1-28 LXX)
La intercesión de Moisés y Aarón
3.1. «Y habló el Señor a Moisés y Aarón, diciendo: “Apártense del medio de esta asamblea, y de un golpe los haré perecer”. Y se postraron rostro en tierra» (Nm 17,9-10). En Sodoma ciertamente se requerían al menos diez, por los cuales si acaso pudieran salvarse los que habitaban en la pentápolis de los sodomitas (cf. Gn 18,32); en cambio, ahora dos; sin embargo, si se encuentren tales como Moisés y Aarón, pueden bastar para que todo el pueblo de los israelitas se salve. ¿Qué diremos, entonces, que haya de especial[1] en estos dos (justos)? ¿Qué grande es la virtud y cuál el mérito, por el que más de seiscientos mil hombres se libren de la muerte a manos del Devastador? Yo considero que en Moisés se significa la Ley, que enseña a los hombres la ciencia y el amor de Dios, (y) en Aarón reside la imagen de suplicar y rogar a Dios. Por consiguiente, si sucede alguna vez que Dios se indigna contra nosotros o contra todo el pueblo, y si ya la sentencia de la venganza fue pronunciada por el Señor, pero si vuelve la Ley de Dios a nuestro corazón, para exhortarnos y enseñarnos a (ir) hacia la penitencia, a satisfacer por los delitos, a suplicar por las culpas, cesará inmediatamente la iracundia, se calmará la indignación, se volverá propicio el Señor, como si Moisés y Aarón intercedieran suplicantes por nosotros y por todo el pueblo.
Deben estar en nosotros Moisés y Aarón: la ciencia de la Ley y el fruto de la penitencia
3.2. Pero si alguna vez se alza la indignación de Dios y sobreviene por los pecados una severa corrección, y se endurecen nuestros corazones para que no nos convirtamos al Señor (cf. 2 Co 3,16) ni nos humillemos ante Él (cf. St 4,10), de modo que en la confesión de las súplicas mitiguemos su impulso e iracundia, sino que, por el contrario, decimos: “No se preocupa Dios de la vida de los mortales, ni corresponde esto a Dios, nos ha abandonado hace tiempo y estas cosas no llegan a su conocimiento”; si pensamos tales cosas en nuestros corazones y estas proceden de nuestra boca, es verdad que no están en nosotros Moisés y Aarón, o sea, la ciencia de la Ley y el fruto de la penitencia, por los cuales podamos evadir la destrucción de una muerte inminente (cf. Mt 3,7 ss.). Considero que esto sucedió también a aquel pueblo, aquel que fue anterior a nosotros, cuando “todos se desviaron, se volvieron inútiles todos juntos, y no hubo quien hiciera el bien, no hubo ni siquiera uno” (Sal 30 [31],3). Puesto que si lo hubiese habido, ciertamente nunca Dios los habría abandonado. Pero también nosotros temamos, no sea que se encuentre algo semejante en nosotros; porque temo aquella sentencia, en la cual el Señor y Salvador nuestro, que conoce todo anticipadamente, dice como dudando: “¿Crees que, cuando venga el Hijo del Hombre, encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8).
Moisés y Aarón son discípulos del Evangelio
3.3. Se les manda, por tanto, a Moisés y Aarón, que salgan de en medio de la asamblea, para que la asamblea perezca en un instante (cf. Nm 17,9-10). Pero veamos lo que hacen estos: son santos, son perfectos y más todavía, discípulos del Evangelio antes que de la Ley, y por eso aman también a sus enemigos y oran por sus perseguidores (cf. Mt 5,44). Porque aquellos venían para matarlos, (pero) ellos se postran con la faz sobre la tierra (cf. Nm 17,10).