OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (456)

Cristo inspira a san Juan el Apocalipsis

Hacia 1800

Rusia (?)

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía VIII (Nm 13,18-34; 14,1-38)

Lo que nos dice el texto mismo

1.1. Fueron enviados doce espías de entre los hijos de Israel, para mirar con atención la tierra (cf. Nm 13,3 ss.) que les había sido prometida, y éstos, que regresaron después de cuarenta días (cf. Nm 13,26), cuentan cosas diferentes. Diez de ellos llevan la desesperación al pueblo, hasta el punto de que quisieron, abandonado a Moisés, elegir a otro caudillo y volver a Egipto (cf. Nm 14,1-4). Otros dos, en cambio, cuentan cosas buenas (cf. Nm 14,6 ss.) y exhortan al pueblo a permanecer en la confianza, diciendo: “¡Si el Señor nos ama, que nos haga entrar en esa tierra!” (Nm 14,8). Pero el pueblo, irreflexivo, se deja arrastrar por la desesperación de la infidelidad y se lanza a lapidar a aquellos que anuncian cosas buenas (cf. Nm 14,10); pero la majestad del Señor los protege con nubes. «Y dice el Señor a Moisés: “Los heriré de muerte y los haré perecer; y haré de ti y de la casa de tu padre una nación grande y numerosa, más de lo que es ésta”» (Nm 14,11. 12).

¿Dios se enoja y amenaza?

1.2. Por tanto, esta gran amenaza del Señor, no (es) para mostrar que la naturaleza divina (sea) pasible y sujeta al vicio de la ira, sino para que, por estas cosas, se dé a conocer la caridad que Moisés tenía hacia el pueblo y la bondad de Dios, que está por encima de toda mente. Porque está escrito que Dios se enoja y amenaza al pueblo con la muerte, para que el hombre aprenda que ante Dios tiene para sí tal consideración y tanta confianza[1], que, aunque haya en Dios algún motivo de indignación, esta viene mitigada por las oraciones de los hombres, y sólo el hombre puede pedírselo de modo que le haga cambiar sus decisiones. Puesto que la bondad que sigue a la iracundia, muestra la confianza de Moisés ante Dios y enseña que la naturaleza divina es ajena al vicio de la iracundia.

Un misterio más profundo

1.3. Al mismo tiempo, el texto contiene también un misterio que debe cumplirse en los siglos venideros, por el cual Dios promete que, rechazado este pueblo, hará resurgir otro. Dice, en efecto: “Los golpearé de muerte y los haré perecer, y haré de ti y de la casa de tu padre una nación grande, mucho más de lo que es ésta” (Nm 14,12). Por tanto, esta amenaza no es iracundia, sino profecía; puesto que tenía que tomar para sí otra nación, o sea, ese pueblo de las naciones, pero no por medio de Moisés, y por eso se excusó Moisés. Porque sabía que aquella gran nación a la que se había hecho la promesa no había de ser llamada por Moisés, sino por Jesucristo, y el pueblo no había de llamarse mosaico, sino cristiano. Por eso, entonces, Moisés suplica más veces por aquel pueblo. Pero el Señor dispensa el modo de la corrección con moderación equilibrada (cf. Nm 14,13 ss.), y dice que los hombres que salieron de Egipto y “me tentaron” (cf. Nm 14,22) y permanecieron incrédulos, caerán en este desierto (cf. Nm 14,29; 1 Co 10,5) y “no verán –dice– la tierra que juré a sus padres (cf. Nm 14,23), sino que la verán sus hijos, que están conmigo aquí (cf. Nm 14,24), todos los que ignoran el bien y el mal” (cf. Dt 1,39).

Quizás también haya un misterio más profundo en las palabras del Señor, cuando dice: “Sus hijos, que están conmigo aquí”. ¿Dónde es aquí o cómo están conmigo? Quien tenga oídos para oír, que oiga (cf. Mt 11,15).



[1] … Apud Deum loci tantumque fiduciae.