OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (411)
La vocación de san Pedro y san Andrés
Hacia 1389-1404
Misal
Bologna, Italia
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía XIII: Sobre los días de fiesta, la lámpara, el candelabro, el aceite para la luz, la mesa y los panes de la proposición
El cuidado del aceite de la lámpara
La palabra de Dios y la de los profetas se denomina lámpara, el Señor mismo nos lo enseña diciendo sobre Juan Bautista: “Él era la lámpara que arde y brilla, y ustedes quisieron por una hora alegrarse con su luz” (Jn 5,35). Y en otro lugar dice que: “La Ley y los profetas hasta Juan” (Lc 16,16); y así la lámpara que brilla era Juan, en quien culminan la Ley y los profetas. Por tanto, mientras aquel pueblo tenía el aceite que alimenta la luz, la lámpara no se apagaba. Pero cuando le faltó el aceite de la misericordia, el aceite de las buenas obras y no se hallaba entre ellos la pureza -porque se exigía aceite puro para la luz-, necesariamente la lámpara se apagó. ¿Pero por qué decimos que eso les sucedió a ellos, pero para nosotros es algo extraño? Por el contrario, el cristiano debe buscar con mayor cuidado el aceite. Mira, en efecto, de qué modo el Señor en los Evangelios llama, por medio de una parábola, vírgenes necias a las que no llevaron aceite en sus vasijas, tan necias que faltándoles el aceite para mantener encendidas las lámparas, fueron excluidas de la cámara nupcial y cuando golpearon (a la puerta), las que habían sido negligentes en el cuidado del aceite, el esposo ordenó que ya no se les abriera (cf. Mt 25,1 ss.).
Lámpara y luz
Sin embargo, recuerdo que no hace mucho, cuando explicamos aquel versículo del salmo ciento dieciocho en el cual está escrito: “Lámpara para mis pies es tu Ley, Señor, y luz para mis senderos” (Sal 118 [119], 105), mostré según mis fuerzas, la diferencia entre lámpara y luz. Dijimos, en efecto, que ciertamente la lámpara está destinada para los pies, esto es para las partes inferiores del cuerpo; pero la luz se da para los senderos, los cuales senderos en otro lugar son llamados senderos eternos. Por tanto, puesto que según una interpretación mística este mundo se comprende como las partes inferiores de la creación, por eso se recuerda que la lámpara de esa Ley es encendida por quienes en este mundo son como los pies de toda la creación. En cambio, la luz eterna será para aquellos senderos por los cuales, en el siglo futuro, cada uno avanzará según sus méritos. Pero sobre esto, según nuestras posibilidades, se habló suficientemente en su lugar.
La lámpara de las buenas obras
Ahora, entonces, puesto que es el atardecer y la noche “hasta la consumación del siglo” (cf. Mt 28,20), y hasta que el nuevo día del siglo futuro y la nueva luz brillen, arde esta lámpara para cada uno de nosotros, suministrando tanto esplendor de luz cuanto fuera la provisión de aceite suministrada por la riqueza de las obras. Y por eso también Job, en un cierto pasaje, cuando habla sobre los bienes de sus obras, agrega también esto: “Cuando brille, dice, la lámpara sobre mi cabeza” (Jb 29,3). Por consiguiente, brilla sobre cada uno de nosotros esta lámpara en cuanto esté encendida con el aceite de las buenas obras. Pero si obramos mal y nuestras obras son males, no sólo no la encendemos, sino que apagamos en nosotros esta lámpara y se cumple en nosotros aquello que dice la Escritura: “Quien obra mal, camina en las tinieblas; y quien odia a su hermano, camina en las tinieblas” (1 Jn 2,11). Porque apagó la lámpara de la caridad, por eso también camina en las tinieblas. ¿O no te parece que apagó la lámpara quien extinguió la caridad? “Pero el que ama al hermano” (cf. 1 Jn 4,21), permanece en la luz de la caridad y con confianza puede decir: “Yo (soy) como un olivo fructífero en la casa de Dios” (Sal 51 [52],10); y: “Sus hijos como renuevos de olivos alrededor de su mesa” (Sal 127 [128],3).
Aceite de olivo, aceite de la paz
Aceite, por tanto, que se ordena sea ofrecido por el pueblo, y no un aceite cualquiera, sino puro (cf. Lv 24,2); y no de cualesquiera semillas, como es costumbre producirlo en diversas regiones, sino extraído de olivos, en los cuales se manifiesta el signo de la paz. Porque tus obras no pueden ser agradables a Dios, si no se realizan en la paz; como también lo dice el apóstol Santiago: “En cambio, el fruto de la justicia se siembra en la paz” (St 3,18). Por esto, creo, también el Señor transmitía este confiable depósito a sus discípulos diciendo: “Les doy mi paz, les dejo mi paz” (Jn 14,27). De este olivo, entonces, extraigamos el aceite de nuestras obras, para poder tener encendida la lámpara para el Señor, “de modo que no caminemos en las tinieblas” (cf. 1 Jn 2,11). Estas cosas ciertamente han sido dichas para nosotros, en cuanto respecta a la lámpara del candelabro y el aceite (cf. Lv 24,1 ss.).