OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (401)
Jesucristo glorioso adorado por los 24 ancianos
1255-1260
Londres (?)
Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico
Homilía XI: Sobre lo que está escrito: “Sean santos, porque yo también soy santo, dice el Señor” (cf. Lv 20,7)
1. Poco ha se leyó para los oídos de la iglesia la palabra de Dios que dice: “Sean santos porque yo también soy santo, el Señor su Dios” (Lv 20,7). ¿Qué sentido tiene en la Escrituras divinas este nombre: “santo”? Hay que buscarlo diligentemente, para que, cuando aprendamos la fuerza de la palabra, podamos asimismo cumplir su obra.
El nombre de santo en la Biblia
Reunamos, por tanto, a partir de las divinas Escrituras, a quiénes encontramos que se les llama santos; descubrimos que no sólo a los hombres, sino que también los animales mudos son llamados santos (cf. Ex 13,2); encontramos incluso que los vasos del culto son denominados santos (cf. Ex 40,9), y las vestimentas son llamadas santas (cf. Ex 28,2), y también las urbes y los suburbios reservados para los sacerdotes (cf. Nm 35,1 ss.). Ciertamente de entre los animales mudos la Ley ordena consagrar al Señor los primogénitos (cf. Ex 13,2; Dt 15,19) de los bovinos y de los ovinos, y se dice: “No hagas, afirma (la Escritura) con ellos ningún trabajo porque están consagrados[1] al Señor (cf. Dt 15,19). En cambio, los objetos que están en carpa del testimonio: incensarios, cálices y otros del mismo género, son llamados “objetos santos” (cf. Ex 25,28; 40,9). También las vestimentas: la estola del pontífice Aarón, la túnica de lino y otras del mismo tipo son denominadas vestimentas santas (cf. Lv 16,32. 4).
Los animales y los objetos consagrados al Señor
Por tanto, si consideramos en qué sentido todas esas cosas son llamadas santas, advertimos de qué modo también nosotros debemos esforzarnos para poder ser santos. Me ha nacido un primogénito bovino: no me está permitido emplearlo para el trabajo común, porque está consagrado al Señor y por eso se llama santo. Entendemos, por consiguiente, a partir de este animal mudo, de qué forma la Ley, que lo quiere consagrado, ordena que para nada más se utilice sino sólo para el Señor. Igualmente, los cálices o las copas llamados santos son aquellos que se manda que nunca salgan del templo, sino que siempre estén el santuario y jamás sirvan para algún uso humano. De modo semejante también las vestimentas, que son llamadas santas, se ordena que no sirvan para uso del pontífice en su casa, sino que estén en el templo y de allí nunca sean llevadas, sino que estén únicamente consagradas a revestir al pontífice para el servicio de Dios y que siempre se encuentren en el templo. En cambio, para los demás usos comunes que se usen las vestimentas habituales. De la misma manera, también esas copas y esos vasos, que son llamados santos, no es lícito utilizarlos para usos humanos y comunes, sin solamente para los divinos servicios.
“Vacar en solo Dios”
Si comprendiste de qué modo un animal, un objeto o una vestimenta es llamado santo, comprende consecuentemente que (es) por esas observancias y esas leyes que el hombre también es llamado santo. Porque consagrarse a sí mismo a Dios, no implicarse en ningún negocio secular, “para agradar a aquel a quien se consagró” (cf. 2 Tm 2,4), separarse y apartarse del resto de los hombres que viven carnalmente y están comprometidos con los negocios mundanos, “no buscando las cosas que están sobre la tierra, sino las realidades que están en el cielo” (cf. Col 3,1. 2), una persona así con razón será llamada santo. Puesto que mientras se está mezclado con las multitudes (cf. Mt 13,34), arrastrado por la fluctuación de las turbas, no vacando en solo Dios separado del vulgo, no se puede ser santo. ¿Pero qué decir de esos que corren a los espectáculos con las turbas de los paganos, y manchan sus miradas y sus oídos con palabras y acciones impuras? No nos corresponde pronunciarnos sobre tales personas. Porque ellos mismos pueden ver y sentir la parte que se han elegido.
La santidad exige separación y alejamiento de la maldad
Entonces tú que oyes esto, a quien se lee la Ley divina, a quien interpela esta misma palabra de Dios diciendo: “Sean santos, porque yo también soy santo, el Señor su Dios” (Lv 20,7), comprende inteligentemente lo que se te dice, para que seas dichoso cuando lo pongas en práctica. Porque esto es lo que se te dice: “Sepárate”, no sólo de todo hombre, sino también, “del hermano que procede desordenadamente y no según las tradiciones” (cf. 2 Ts 3,6) apostólicas. “Sepárense los que llevan, dice (la Escritura), los objetos del Señor, y salgan de en medio de ellos, dice el Señor” (cf. Is 52,11; Ap 18,4). Sepárate de las acciones terrenas, sepárate de la concupiscencia del mundo: “Porque todo lo que está en el mundo, según el Apóstol, es concupiscencia de la carne y concupiscencia de los ojos, que no es de Dios” (cf. 1 Jn 2,16). Por tanto, cuando te hayas separado de todas estas cosas, conságrate a Dios como un ternero primogénito; que no se realice por ti el pecado, que la malicia no te imponga su yugo, sino que permanece separado y apartado, dedicado a los servicios sacerdotales como el animal primogénito. Apartado y separado como los cálices santos y los santos incensarios (cf. Ex 25,29), vacando sólo en las tareas del templo y en el servicio de Dios. Sepárate y apártate de toda polución de pecado, permanece separado y apartado dentro del templo de Dios, como las santas vestimentas del pontífice. Puesto que está apartado y separado en el templo aquel que “medita en la Ley de Dios día y noche” (cf. Sal 1,2), y “se deleita en sus mandatos” (cf. Sal 111 [112],1). Por consiguiente, “sean santos, dice el Señor, porque yo también soy santo” (Lv 20,7). ¿Qué significa: “Porque yo también soy santo”? Esto: Yo, dice (el Señor), estoy apartado y muy separado de todo lo que se adora y se venera tanto en la tierra como en el cielo; así, yo supero a toda criatura y me separo de todas las cosas, que por mí han sido hechas. Del mismo modo, también ustedes estén apartados de todos los que no son santos ni consagrados a Dios.
Exigencias de la consagración a Dios
Pero separados decimos no por los lugares, sino por las acciones, no por las regiones, sino por las conversaciones. Además también la misma palabra en lengua griega, el vocablo ágios, significa existir casi como fuera de la tierra. Porque quienquiera que se consagra a Dios parece con razón (estar) fuera de la tierra y fuera del mundo; puesto que puede él mismo decir: caminando sobre la tierra “tenemos nuestra morada en el cielo” (cf. Flp 3,20 [19]). Y también Salomón en los Proverbios dice: “Es una trampa para el hombre fuerte consagrar aprisa alguno de sus bienes; y después de haber hecho el voto arrepentirse” (Pr 20,19 [25]). Y esto lo dice para que “cuando haya recogido el fruto de la era o el vino del lagar” (cf. Dt 16,13), no suceda que afirme: quiero sólo (hacer) una ofrenda a la Iglesia, o proveer a las necesidades de los pobres o de los peregrinos; si después de actuar de este modo, de lo que había consagrado, toma algo para sus necesidades personales, ya no lo toma de sus productos, sino que profana los bienes sagrados de Dios. Y por eso “es una trampa para el hombre fuerte consagrar algo” (cf. Pr 20,19), esto es dedicarlo a Dios, y después movido por el arrepentimiento, retener para sus propios usos lo que había consagrado.
La consagración como medio para llegar a la santidad
Pero también si nosotros mismos nos consagramos y nos ofrecemos a Dios, o incluso si le consagramos a otros, cuidémonos de esta trampa: no suceda que después de consagrarnos a Dios, de nuevo seamos subyugados por usos y acciones humanas. Que cada uno se consagre como lo hacían, por ejemplo, los nazarenos, que se consagraban al templo de Dios por tres, o cuatro años, o por (el tiempo) que quisieran, para allí dedicarse a aquellas observancias que sobre los nazarenos están escritas: dejarse crecer el cabello, de modo que “no pase la navaja sobre sus cabezas” por todo el tiempo de sus votos, no tocar el vino ni ninguna otra cosa procedente de la vid y lo demás que comprendía la profesión del voto (cf. Nm 6,5. 4). Pero también se puede ofrecer a Dios a otra persona, como Ana lo hizo con Samuel; porque antes de su nacimiento lo entregó a Dios diciendo: “Y lo daré al Señor por todos los días de su vida” (1 S 1,11). Por todos estos ejemplos es claro de qué modo cada uno de nosotros, que quiera ser santo, debe consagrarse a Dios y evitar por completo ocuparse en los negocios y las acciones que nada tengan que ver con Dios.