OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (400)

La resurrección de los muertos

Hacia 1300

Bologna, Italia

Orígenes, Dieciséis homilías sobre el Levítico

Homilía X: Sobre el ayuno que se hace en el día de la propiciación; y sobre el chivo que se manda al desierto (cf. Lv 16,10)

El ayuno evangélico

Tú, por tanto, si quieres ayunar, ayuna según el precepto del Evangelio y observa en los ayunos las leyes evangélicas, en las cuales el Salvador nos manda ayunar de este modo: “Pero tú si ayunas, unge tu cabeza y lava tu rostro” (Mt 6,17). Si preguntas de qué modo lavas tu rostro, te enseña el apóstol Pablo cómo: “A rostro descubierto contemplaras la gloria de Dios, transfigurado en esa misma imagen de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor” (2 Co 3,18). Unge también tu cabeza, pero mira de no hacerlo con el óleo del pecado, pero que “el óleo del pecador no unja tu cabeza” (Sal 140 [141],5); sino que unge la cabeza con el óleo de la exultación, “el óleo de la alegría” (cf. Sal 44 [45],8), con el óleo de la misericordia, para que así, según el mandato de la Sabiduría, “no te falten la misericordia y la fe” (Pr 3,3). Por eso también el apóstol Pablo queriendo apartarnos de estas realidades visibles y terrenas, y elevar nuestros espíritus y sentimientos hacia las celestiales, clama y dice: “Si han resucitado con Cristo, busquen las realidades de lo alto, no las que están sobre la tierra” (Col 3,1. 2). ¿No te dice abiertamente: no busquen Jerusalén en la tierra, ni las observancias de la Ley, ni el ayuno de los judíos, sino el ayuno de Cristo? Porque debes ir ayunando hacia tu pontífice, Cristo, que ciertamente no se debe buscar en la tierra, sino en el cielo, y por Él mismo debes ofrecer una víctima a Dios. 

El ayuno grato a Dios

¿Quieres que te muestre todavía cómo conviene que sea tu ayuno? Ayuna de todo pecado, no comas ningún alimento de maldad, no aceptes ningún manjar de voluptuosidad, no te abrases con ningún vino de lujuria. Ayuna de las malos acciones, abstente de palabras malvadas, guárdate de los malos pensamientos. No toques los panes robados de las perversas doctrinas. No desees los alimentos falaces de la filosofía que te separa de la verdad. Tal (es) el ayuno que agrada a Dios. En cambio, “abstenerse de alimentos que Dios ha creado para ser tomados por los fieles con acciones de gracias” (1 Tm 4,3), y hacer esto con quienes crucificaron a Cristo, no puede ser grato a Dios. Los fariseos también se indignaron en cierta ocasión contra el Señor, porque sus discípulos no ayunaban. A ellos les respondió: “No pueden ayunar los hijos del esposo, cuando aún está con ellos” (cf. Mt 9,15). Por tanto, que ayunes aquellos que perdieron al esposo; nosotros, que tenemos al esposo con nosotros, no podemos ayunar.

La continencia cristiana

Sin embargo, no decimos esto para relajar los frenos de la abstinencia cristiana; puesto que tenemos los días de Cuaresma consagrados a los ayunos; tenemos el cuarto y el sexto día de la semana en los que ayunamos conforme a la costumbre. Hay ciertamente libertad para que el cristiano ayune en todo tiempo, no por la falsa devoción[1] de una observancia, sino por la virtud de la continencia. En efecto, ¿de qué forma se conserva entre ellos incorrupta la castidad si no es sostenida por las firmes[2]ayudas de la continencia? ¿De qué modo dedicarse a la obra de las Escrituras, cómo aplicarse a la ciencia y a la sabiduría? ¿No es acaso por la continencia del vientre y del paladar? ¿De qué forma alguien se castra a sí mismo por el reino de los cielos (cf. Mt 19,12) si no corta la abundancia de alimentos sirviéndose de la abstinencia? Esta es, por consiguiente, la razón por la que ayunan los cristianos. Pero también hay otra, religiosa asimismo, cuya alabanza es proclamada incluso por la carta de ciertos apóstoles. Porque encontramos en un libelo este dicho de los apóstoles: “Es bienaventurado quien también ayuna para alimentar al pobre”. Su ayuno es muy grato a Dios y en verdad extremadamente digno; puesto que imita a aquel que entrega su vida por sus hermanos (cf. 1 Jn 3,16). Por tanto, ¿por qué unimos los paños viejos con las nuevas vestimentas? ¿Por qué ponemos vino nuevo en odres viejos (cf. Mt 9, 16. 17)? “Han pasado las antiguas realidades: he aquí que todas las cosas son nuevas” (cf. 2 Co 5,17), por Cristo nuestro Señor, a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11; Ap 1,6).



[1] Superstitio: que también podría traducirse por: escrúpulo.

[2] Lit.: estrechas (artio).