Nuestras Raíces
El Monasterio de la Bienaventurada Virgen María de Einsiedeln
La vida monástica benedictina llega a Los Toldos de la mano de los monjes que vinieron desde Suiza para implantarla en esta región. Ellos fueron para nosotros el nexo de unión, por decirlo de alguna forma, entre san Benito y esta realidad actual que es el Monasterio de Los Toldos. En el año 835, un monje llamado Meinrado decidió, con permiso de su abad, irse definitivamente a vivir como ermitaño. Eligió un sitio llamado la Oscura Foresta, ubicado no muy lejos del lago de Zürich, en Suiza, a una altura de 910 metros sobre el nivel del mar. Allí habitó Meinrado por espacio de veintiséis años, sin experimentar el deseo de abandonar ese lugar tan aislado.
Se dedicaba al servicio de su Creador en la oración, y atendía también con caridad a los ocasionales visitantes y pobres que se acercaban a su retiro. Una abadesa y algunos otros ermitaños ayudaron a Meinrado a edificarse una ermita, que comprendía una capillita, un sitio para alojar a sus eventuales huéspedes y, un poco más retirada, la celda del ermitaño. Según noticias dignas de confianza, la capilla disponía de un altar, unos candelabros, relicarios, una Biblia y un Misal. Meinrado poseía asimismo una copia de la Regla de san Benito y, tal vez, algún que otro ejemplar de las obras de los Padres del desierto. La piedad mariana caracterizaba al monje eremita, lo cual seguramente era una herencia de su formación monástica en Reichenau (monasterio situado en una isla del lago de Constanza). El 21 de enero del año 861, dos ladrones aparecieron en los bosques solitarios. Tenían planeado asistir a la Misa celebrada por el ermitaño Meinrado, para luego robarle sus supuestos tesoros. Meinrado los recibió con caridad, y no se le ocultaron las intenciones de sus huéspedes. Estos, luego de matarlo, huyeron del sitio; pero unos cuervos "domesticados" que visitaban al ermitaño para recibir algún alimento, los siguieron tenazmente hasta Zürich señalando así su fechoría (esta es la razón de la presencia de los cuervos en el escudo de nuestro Monasterio de Los Toldos).
Después de la muerte de Meinrado, algunos otros ermitaños permanecieron en las cercanías de su ermita. Allí pasó los últimos doce años de su vida como ermitaño un antiguo canónigo de la catedral de Estrasburgo, llamado Beno. Acompañado por algunos discípulos que le decían "padre", título que también recibieron los primeros abades de Einsiedeln. Beno murió el 3 de agosto del 940; fue enterrado en ese sitio y venerado como santo. En el año 934, el 16 de septiembre, llegó al lugar donde había estado la ermita de san Meinrado, el dean de la catedral de Estrasburgo, Eberhard, junto con sus sirvientes y domésticos. Logró convencer a los ermitaños que encontró para que se reunieran y constituyeran una comunidad según la Regla de san Benito, bajo el abadiato del mismo Eberhard. De esta forma el nuevo abad conseguía llevar a la práctica su santo sueño: erigir un muy observante monasterio de ermitaños en un valle aislado. Eberhard edificó las primeras dependencias para el monasterio, y el 24 de agosto del 948, se consagró la iglesia en honor de la Bienaventurada Virgen María y san Mauricio. La elección de este santo -soldado mártir- no era insólita, pues se trataba del patrón (junto con la Virgen María) de la catedral de Estraburgo, a cuyo cuerpo de canónigos habían pertenecido Beno y Eberhard. La fiesta del 14 de septiembre, la Santa Cruz, se señala en las fuentes como el día en que el obispo Conrado de Constanza se hizo presente en el monasterio para dedicar la "Capilla de las Ermitas".
Con este acto quedaba completa la fundación de la Abadía de Nuestra Señora de las Ermitas. El 14 de agosto del 958 murió Eberhard. Fue elegido para sucederlo el presbítero de Zürich, Thietlando, que escribió un Comentario a las cartas de san Pablo. Murió el 28 de mayo del 964. Lo sucedió el inglés Gregorio, quien había llegado a Einsiedeln en el año 949. Era hombre de gran cultura, y fue abad por espacio de treinta y dos años (964-996). Durante su mandato la comunidad siguió fiel al ideal de san Meinrado y los primeros ermitaños: "Nada se debe preferir en el monasterio a la obra de Dios" (Regla de san Benito, 43,3).
Desde el siglo X hasta nuestros días nunca faltó la vida monástica en la Abadía de Einsiedeln.